“Y tú, hijo de hombre, los hijos de tu pueblo se mofan de ti junto a las paredes y a las puertas de las casas, y habla el uno con el otro, cada uno con su hermano, diciendo: Venid ahora, y oíd qué palabra viene de Jehová. Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos andará en pos de su avaricia. Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra”. Ezequiel 33:30-32 (Foto: AlexMotrenko/Flickr)
Los predicadores que enseñan la Palabra de Dios de manera correcta, y que no buscan la aprobación de los hombres sino de Dios, no deben extrañarse porque algunos asistentes a sus iglesias, aunque muestren interés en oír la Palabra de Dios, y prodiguen admiración por el predicador y por sus enseñanzas, en la práctica hablen mal de ellos en sus hogares y por fuera de ellos, y además no pongan por obra lo enseñado. El interés real de tales personas, las cuales pueden llegar a aparentar piedad, no es buscar las cosas de arriba, donde está sentado Cristo a la diestra del Padre, su interés real es lo terrenal, porque la codicia los domina.