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De por qué el Gobierno nacional no puede resolver los problemas (Oct, 2013)

BoletinOct2013 Dithedy/Flickr

Año tras año, siglo tras siglo, persisten siempre los mismos problemas.

No es que hagan falta promesas y ganas de cambio. Los gobernantes por lo general son muy capaces e inteligentes. Los programas y políticas apuntan a mejorar las cosas. “Prosperidad para todos”. ¿Qué pasa, pues? Como que los repetidos intentos no dan mayores frutos. Buena voluntad hay, pero no toman en cuenta dos impedimentos nada pequeños. ¿Cuáles son?

El primer impedimento es la gente misma. La gente es egoísta, y el egoísmo envenena todo. La gente nace egoísta, siempre inclinada en el fondo al mal. Por más que hay vuelos de altruismo, estos se aterrizan en lo mismo de siempre. Los conflictos y la corrupción ganan. Los teólogos lo llaman pecado o corrupción original, por la cual toda la humanidad se encuentra “completamente impedida, incapaz, y opuesta a todo bien y enteramente inclinada a todo mal”. De esta situación “proceden todas las transgresiones en sí”. Isaías, tratando de este problema en sus tiempos, habló estas palabras en cuanto al pueblo rebelde, Israel: De la planta del pie a la cabeza no hay en él nada sano, sino golpes, verdugones y heridas recientes; no han sido curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. (Isaías 1:6). Por la bondad de Dios, Él frena esta tendencia en una medida tal que la sociedad funciona en algo, aunque sea a trancones, pero como Dios abandona a los rebeldes a sus caprichos, tarde o temprano el pecado gana, y las buenas intenciones se quedan en buena medida en eso, sólo buenas intenciones. Este pecado afecta el intelecto también, y por esto, la gente toma tantas decisiones equivocadas, algunas que parecen absurdas.

Tengamos en cuenta que esta situación de corrupción radical de la naturaleza humana es de todo ser humano, y no es sólo de los gobernantes. La corrupción radical de la raza humana es el mensaje de toda la Biblia. Por eso tenemos la Historia Sagrada, la cual no es otra cosa que el relato del fracaso humano pese a tantos intentos de encontrar la felicidad. La Historia Sagrada, más que todo, cuenta el fracaso del más privilegiado y mejor pueblo de la historia antigua. Israel fue el pueblo escogido, el del pacto de gracia que Dios anunció. Pero, aun Israel en general se apartaba repetidas veces de su fidelidad a Dios. Como consecuencia, Dios enviaba naciones paganas que la esclavizaban.

Por esta razón, por el poder del pecado en la vida de cada ser humano, las cosas no andan bien. No hay soluciones completas y permanentes. Sólo por el poder del Señor y por la sangre de Cristo que limpia de pecado y que libra de su dominio, hay cambio (aunque en esta vida no hay perfección, ni en los creyentes). Es sólo en la medida de negarnos a nosotros mismos y de hacer morir lo terrenal en nosotros que gozamos de soluciones, justicia, y paz.

Pero, hay un segundo impedimento a los buenos resultados de los muchos intentos humanos de mejorar las cosas. Se trata de la oposición de Dios en contra de los impíos. Es decir, Dios no deja que la gente prospere si busca hacerlo alejada de Él. Sólo en sumisión a Él y su ley las cosas como un todo funcionan bien y cumplen todos sus buenos propósitos. Dios es Dios, y tiene el derecho de recibir gratitud de sus criaturas a quienes cuida. Sólo en comunión deleitosa con Dios el ser humano es auténticamente feliz. Cuando busca contentarse sin Dios, Dios pone trancones en el camino para que dejen su vana búsqueda. ¿Se acuerda de 1 Reyes 11? Habla el capítulo de los adversarios que Dios mismo levantó contra Salomón (1 Reyes 11:14, 23, 26) cuando éste quiso vivir y gobernar sin amar y obedecer al Señor. Dios no deja que los malos prosperen, aunque muchas veces, algunos de los malos, sí, parecen salirse con lo suyo. Lea el Salmo 73 para tener presente cómo los malos prosperados viven en verdad engañados.

Por estas mismas dos razones, usted y yo tampoco podemos resolver nuestros problemas. El pecado aún mora en nosotros. Dios se vuelve enemigo nuestro cuando nosotros lo desconocemos como Dios soberano. Y, nosotros, si no nos encontramos en Cristo por la fe, tampoco somos capaces para negarnos nuestros caprichos pecaminosos. ¡Cuántas veces servirnos a nuestros ídolos, pues los amamos en lugar de amar a Dios. ¡Qué perversidad!

Fíjese que la Biblia explica la realidad humana para que no pongamos nuestra confianza en el hombre. Isaías 2:22: Dejad de considerar al hombre, cuyo soplo de vida está en su nariz; pues, ¿en qué ha de ser él estimado?


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