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Joven de corazón

Cinco niñas de Gana, posando frente a la cámara, con expresiones de mucha felicidad

Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento;” Eclesiastés 12:1 (Foto: wiki commons)

 

Un profesor que pasaba los 80 años, decía ocasionalmente: “Es increíble ver cuán rápido se van envejeciendo los demás”, de un modo gracioso, simulaba ante sus oyentes que él permanecía siempre igual de joven, mientras que los demás se iban haciendo mayores, irremediablemente. A pesar de esto, lo cierto es que, como bien dicen “los años no pasan solos”, ante lo cual uno podría preguntarse: ¿a qué edad puede decirse que empezamos a envejecer?... Y, claro, esta es una pregunta que se vuelve algo subjetiva (pues por lo general estimamos la edad de los demás tomando como patrón de juventud la edad nuestra), pero no debemos engañarnos, pues en todo caso, el inicio de la vejez llega biológicamente más pronto de lo que pensamos, encontrando por ejemplo estudios que indican que nuestro cerebro empieza a envejecer a partir de los 20 años de edad, por lo que debemos entender que en gran parte es cierto que vivimos más tiempo de nuestra existencia siendo “viejos” que “jóvenes”.

En este capítulo de Eclesiastés, el Predicador, de una manera cruda y directa hace, entre los versículos 2 al 7, todo un análisis de los cambios inevitables a los que todo cuerpo humano en esta vida se verá enfrentado por causa del paso del tiempo, a lo cual le antecede, en el versículo 1, un fuerte llamado de atención del Predicador a los jóvenes, a quienes exhorta, diciendo: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos…”, es decir, antes que vengan todos aquellos días en los cuales tengas una multitud de cambios en tu cuerpo que te roben la energía, habilidades y muchas oportunidades.

Amados jóvenes en Cristo, no piensen jamás que aún están demasiado jóvenes como para empezar a servir a la causa del Señor, porque el tiempo pasa muy rápido, y pronto nuestros años “…pasan, y volamos.” (Salmos 90:10). Recuerden que el problema principal en la iglesia no es que haya muchos haciendo poco, sino que, por el contrario, el problema siempre ha sido que “…la mies es mucha, mas los obreros pocos.” (Mateo 9:37).

Sería terrible si en medio de una guerra en la que oyes zumbar las balas que pasan próximas a tus oídos, te quedas inmóvil, con tu arma en la mano, mientras llamas al soldado vecino que está herido y luchando, y le preguntas que es lo que se supone que debes hacer con el rifle; pero aún peor sería quedarte inmóvil esperando a que alguien simplemente se acerque y te diga “¿perdón por incomodarte, serías tan gentil de disparar?” Si estás en Cristo, te aseguro que tienes al menos un talento en tus manos, y estamos en una franca guerra espiritual, así que, no te preguntes si deberías estar usando aquel don, ni tampoco esperes a que alguien se acerque a preguntarte si tal vez quisieras hacerlo, porque es evidente que voluntariamente deberías ser tú el primero en dar ese paso, ofreciéndote intencionalmente a otros para la gloria de Dios y la extensión de su Reino, porque entre otras cosas, eres responsable delante del Señor del uso diligente o negligente que des a aquellos talentos que te ha dado por medio de su Espíritu.

Escucha la Palabra de Dios: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos”, y ya no puedas servirle como quisieras, o como en retrospectiva hubieras querido hacerlo si no hubieras desperdiciado tantas oportunidades mientras eras joven.

Finalmente, quiero aclarar que este mensaje no va tan solo para aquellos creyentes jóvenes en edad, va también para todos aquellos que sin importar la década de la vida en la que se encuentren, son rejuvenecidos de día en día en su corazón por medio de la obra del Espíritu Santo a su favor. Si estás en Cristo, tienes dones, y la iglesia los necesita, no importa tu edad. Escuchemos todos entonces, jóvenes, niños y ancianos, desde hoy y hasta que el Señor nos llame: acordémonos de nuestro Creador.

 

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