Como si fuera una obra musical, Isaías escribe a través de todos estos capítulos una melodía de amor a favor de los siervos del Señor. (Foto: Kristin Gao/Flickr)
Isaías, los capítulos de 40 a 66, son un bálsamo para el alma afligida, una terapia para la conciencia herida, y un alivio para el ser fracasado. Dios sale al escenario de la existencia humana declarándose Redentor y Salvador de su pueblo.
Ponga cuidado, apreciado lector, porque el porvenir pertenece sólo al pueblo de Dios. Las palabras finales de Dios por medio del profeta Isaías son estas: …Los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí…su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre. Así es anunciado para los que no son del pueblo de Dios. Pero, en palabras muy diferente habla Dios a su pueblo “abatido”, “quebrantado de corazón”, “cautivo”, “enlutado”, “afligido”, “angustiado”, “asolado”, “arruinado”, “confundido”, “deshonrado”, “desamparado”, y “desolado”, y a estos Dios declara lo siguiente: Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo.
Isaías pone bases a las promesas de Dios al presentar un cuadro del Dios que promete. Él es soberano, sabe el porvenir, porque Él mismo lo ha decretado, es el Dios único, y asegura que Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero. ¿Qué es lo que quiere este Dios? Escuche: ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, YO NUNCA ME OLVIDARÉ DE TI. Es que Dios, a favor de su pueblo escogido, cargó en Cristo el pecado de ellos.
Como si fuera una obra musical, Isaías escribe a través de todos estos capítulos suyos una melodía de amor a favor de sus siervos (65:8-25), y en la melodía interactúan dos temas, el del pecado del pueblo, aun el de los escogidos, pero también indignos, y en segundo lugar, el de la gracia no merecida pero infinita y eficaz, Cristo mismo poniendo gratuitamente su justicia y su sangre a favor de ellos.
Lea otra vez los capítulos 40 al 66 de Isaías, escuchando y tomando nota de estos dos temas. Dios censura la rebeldía, pero Dios rescata a su pueblo de su condenación y de la tragedia que es el pecado mismo. Lo hace Él solo. Lo hace porque así Él quiere. Es una historia de amor que da a conocer al Dios de gracia, una historia que enaltece, no al pueblo redimido por gracia, sino al Dios que lo redime. Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí. Dios lo hizo, y lo hizo hace dos mil años. …VUÉLVETE A MÍ.
Y, como si fuera poco, mire el montón de promesas que Dios hace en los capítulos 60 al 62, por ejemplo. Quiere atraerse a su pueblo. Es cierto, el lenguaje es de muchas figuras quizás no fáciles de entender a primera vista. Son capítulos de poesía y de amor. Dios brilla siempre en su ser y obras; su gloria se ve en todo. Pero, esto de salvar a su iglesia, a su pueblo, es su gloria al máximo. Su gloria es hacernos bien; lo hace porque así quiere Él, porque Él es bueno, y para siempre es su misericordia. Las misericordias del SEÑOR recordaré, las alabanzas del SEÑOR, conforme a todo lo que nos ha otorgado el SEÑOR, por su gran bondad hacia la casa de Israel, que les ha otorgado conforme a su compasión y conforme a la multitud de sus misericordias. Porque Él dijo: "Ciertamente mi pueblo son, hijos que no mienten" Y Él fue su Salvador. En todas sus angustias Él estuvo afligido, y el ángel de su presencia los salvó. En su amor y en su compasión los redimió, los levantó y los sostuvo todos los días de antaño.
Dígale que sí, “¡Sí, SEÑOR, ¡yo te seguiré! Tú eres mi Dios. Me vuelvo a ti, pues tú me redimiste...” Ciertamente, siguiendo la senda de tus juicios, oh SEÑOR, te hemos esperado. Tu nombre y tu memoria son el anhelo del alma. En la noche te desea mi alma, en verdad mi espíritu dentro de mí te busca con diligencia.
Busque al Señor para contemplarlo, para ser enseñado, para deleitarse en Él, para no temer, para creer. He aquí, para animarse siempre y en toda circunstancia, tiene la provisión de Dios para sus “santos”. Cada página de la Biblia es su voz hablando consuelo para su pueblo.
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