“Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.” Hebreos 10:26-27 (Foto: Bert Aguirre/Flickr)
Este pasaje habla de las personas que han escuchado el evangelio y que por su influencia han sido de alguna manera guardados, pero por no experimentar el verdadero arrepentimiento y conversión a Jesucristo, terminan abiertamente practicando el pecado, sin el más mínimo remordimiento; sin importar las consecuencias, ni el daño a otros, ni que el nombre de Dios esté siendo blasfemado. Estos son los que terminan apostatando de la fe.
Por su puesto, estos nunca pertenecieron realmente al pueblo rescatado por Cristo con su sangre. Porque el pueblo de Dios, aunque también peca, no es su práctica, y cuando lo hacen sienten de inmediato la mano de Dios; se sienten sucios, experimentan profunda tristeza por haberle fallado a Dios, no celebran su pecado, sino que lo lamentan, se sienten agonizando, muriendo; solo encuentran descanso cuando Dios en su misericordia les produce el arrepentimiento.
“Mientras callé, envejecieron mis huesos
En mi gemir de todo el día.
Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano;
Se volvió mi verdor en sequedales de verano. Selah
Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad.
Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová;
Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Selah” Salmos 32:3-5