“...las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia...” 1 Ti. 2:9 (Foto: Portrait World/Flickr)
Toda mujer debe tomar muy en serio cómo cubre su cuerpo. Es verdad que la hipocresía ha conducido a muchas mujeres a presentarse externamente modestas, aunque en su corazón reine la perversidad. Pero la niña, joven o mujer adulta que ha sido revestida de Cristo debe recordar que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, por tanto debe meditar sobre cómo lo adorna. Esto no es legalismo, es cuestión de amor hacia Dios, hacia el prójimo y hacia sí misma.
1. Hacia Dios. Porque así se estará buscando la gloria de Dios, se le obedecerá y no se seguirá la vanidad del corazón. (Jn. 14:23-24; 1 P. 2: 9-13; 1 Co. 6:20; 10:31)
2. Hacia el prójimo. El varón es condenado con el infierno eterno por mirar a una mujer con deseo, pero la mujer que se viste impúdicamente también lo es, porque es el estímulo externo para que el hombre cometa adulterio en su corazón. (Mt. 5:27-30; Lc. 17:1-2)
3. Hacia sí misma. Así gana el respeto y la admiración, lo cual es totalmente opuesto a lo que gana la mujer que es vulgar para vestir. Esta última, quiera o no, será siempre vista como mujer de dudosa reputación. (Pr. 7 y 31)
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