“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados;” Hebreos 12:15 (Foto: muffinbasket/Flickr)
En este mundo de aflicción, diariamente, como cristianos, estamos expuestos a pasar por tribulaciones de muchos tipos, algunas leves y otras bien fuertes. Como ejemplo tenemos: la pérdida de seres queridos, enfermedades, pérdidas materiales, metas no alcanzadas, ataques de personas a las cuales no les hemos hecho ningún mal, críticas justas e injustas, traiciones, problemas de otros, incomprensiones en el hogar y en el trabajo, tentaciones que vienen de afuera o incitaciones de nuestro viejo hombre, consecuencias de acciones ignorantes nuestras, etc, etc.
Tales cosas pequeñas o grandes, sin querer o queriendo, pueden ir formando raíces de amargura que, como la lampara expuesta al humo, va opacando la luz que sale de dentro. El brillo del gozo, de la paz, y en general del fruto del Espíritu Santo que mantenía a la persona radiante, iluminando a otros, queda escondido.
Claro que la persona por ser hija de Dios no se queda quieta, pero muchas veces parece que los esfuerzos que hace no dan resultado, se torna complicado hasta bajar las manos. Aun así, es bueno saber y recordar que por la obra perfecta hecha por Cristo en nuestro favor (Hebreos10:14) y por la intercesión que Él en este momento está ejerciendo delante del Padre por los que dio su vida (Hebreos 7:25), la consolación viene, pues su promesa es: “...nos consuela en todas nuestras tribulaciones...” (2 Corintios 1:4). Temprano o un poquito más tarde Él nos da la bendición de poder derramar nuestro corazón delante de Él, de echar sobre Él nuestras cargas, de poder acercarnos confiadamente a su trono de gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Nuestro Dios: “...No dejará para siempre caído al justo.” Salmos 55:22