Aunque pareciera difícil de creer, fue Dios quien entregó a Israel en manos del rey Nabucodonosor. Dios no necesita consultarle a alguien por las decisiones que toma, todo lo hace de manera independiente, y lo hace bien. Él sabe qué está haciendo, y eso aplica hoy también.
Nabucodonosor sentía orgullo por el reino que tenía: era el más grande de la época, y no dio la gloria a Dios por ello. Ahora se encontraba planeando lo que iba a hacer, miraba a su futuro, y en un acto de arrogancia no tenía en cuenta a Dios. De igual manera ocurre hoy con el no creyente.
Nabucodonosor, y cada uno de nosotros, estamos en manos de Dios, en realidad no tenemos dominio sobre nada. En cambio, y a nuestro favor, Dios ha realizado un plan, el plan de salvación, el cual ha estado ejecutando por siempre, de manera perfecta. Dios nos escogió, gracias solo a Él.