“Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no deje reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno.” Eclesiastés 11:6
Mi abuelo tenía el dicho y la práctica de todos los días sembrar una planta, porque “así nunca faltaría la comida” decía él. Sin duda que él sabía que no todas producirían igual y hasta que algunas ni llegarían a producir, pero él no pensaba en ello, su alma diligente lo llevaba a sembrar independiente del resultado.
Los cristianos debemos ser en todo tiempo diligentes en sembrar la Palabra de Dios, y no solo cuando en nuestra prudencia creamos que es tiempo propicio. En asuntos espirituales en realidad el tiempo siempre es propicio, porque el efecto de la siembra es obra cien por ciento de Dios. El resultado de la siembra es de salvación o de condenación para el que escucha es de Dios, nuestra responsabilidad es sembrar con diligencia y de la manera correcta.
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