“...cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” Stg. 1:14 (foto: Juliana Alia/Flickr)
Cuando recibimos un ofrecimiento, sea directo o sutil, y por ello estimulamos en nosotros los deseos de la carne, empezamos a ver “ventajas” en aceptar tal cosa, y al mismo tiempo encontramos las “desventajas” de llegar a rechazar. Aceptamos entonces al engaño como la verdad, y podemos llegar a sacrificarlo todo… incluso hasta la vida eterna, por alcanzar algo que no es real. Esto es lo que pasó en los tres casos que veremos a continuación.
- Un joven se adhirió al estado islámico, según cuentan sus padres, porque le enseñaron que Alá le daría 70 vírgenes en el paraíso si moría por él.
- Una joven sufría al pensar en el infierno, pero no por ser sensible, sino que no quería humillarse ante Jesús para ser perdonada y limpiada con la sangre del Cordero. Amaba su pecado más que a todo. Por esto cuando alguien le dijo que el infierno no existía, ella abrazó esa secta con facilidad. Eso le permitió continuar con su pecado sin el terror del infierno; en el peor de los casos, solo dejaría de existir.
- Un joven fue enseñado que no iría al infierno, porque había recibido algunos sacramentos. En su lugar, cuando muriera, sufriría para purgar sus pecados, porque no había sido perfecto; pero igual, llegaría al cielo. El joven utilizó esa idea para pecar indiscriminadamente, convenciéndose de que por tales pecados solo añadiría algunos años más a su estadía en el purgatorio.
Lo anterior es solo una muestra pequeña de cómo cuando la persona no está unida al Jesús de las Escrituras es engañada con tanta facilidad.
- ♦ -