Esa es la idea tomada de Jueces 8:4, hablando de los 300 soldados israelitas que buscaban acabar con el ejército madianita invasor.
A veces nos sentimos cansados, así como ellos, después de nuestras vacaciones navideñas y de Año Nuevo, sobretodo cuando miramos hacia adelante a los tantos quehaceres que nos esperan, juntamente con las disciplinas constantes de la vida y el servicio cristianos. ¿Cómo animarnos frente a este desafío?
No, ni el más santo reúne las fuerzas necesarias para hacer la obra del Señor y cumplir su voluntad. Siempre se queda uno corto. La tarea exige la intervención de omnipotencia. Sólo Dios puede obrar en nosotros tanto el querer como el hacer. La tarea es para los perfectos, y no los hay. ¿Qué, pues, de la iglesia llamada a ser colaboradora de Dios en la venida de su reino? ¿Ha de fracasar? ¿Vale la pena seguir intentando?
Acordémonos del testimonio de los apóstoles Pedro y Juan después del milagro de sanar al cojo a la puerta del templo en Jerusalén, Hechos 3:12: ¿Por qué ponen los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiéramos hecho andar a éste? Los apóstoles, sí, estaban involucrados, pero Dios fue quien lo hizo, y ellos lo reconocían como cosa de Él.
Dura fue la experiencia de Pablo al llevar a cabo su ministerio. Antes de que se desanime, o por si acaso, para salir del desánimo, lea unos testimonios de Pablo. Primero, 1 Corintios 4:9-13, y luego 9:19-27. Sobre lo mismo, lea en 2 Corintios 6:1-13. Pablo se reconocía débil ante el ministerio que Dios le había encomendado, 2 Corintios, el capítulo 12, y, ¡cuán difícil era predicar el evangelio a la gente! Por lo tanto, esperaba de Dios el poder y la sabiduría para cumplir. Lea 1 Corintios 1:18-31. ¿Quién es suficiente? preguntaba Pablo, 2 Corintios 2:14-17, y él respondía a su propia pregunta: A Dios gracias, el cual siempre nos lleva en triunfo en Cristo Jesús.
Comenzando el año, como cristianos, enfrentamos el duro deber de vivir en santidad y rectitud, el deber de negarnos a nosotros mismos como discípulos de Cristo, de arrepentirnos constantemente de nuestros egoísmos y carnalidades, de tener nuestra confianza en Cristo siempre para ser justificados por su sangre y para andar siempre en su Espíritu. Además, como si fuera poco, tenemos, nosotros, los de la Iglesia Cristiana Gracia y Amor, el privilegio de vivir y promover una encomienda muy especial, el mensaje de la gracia soberana de Dios en todo y particularmente en la salvación de pecadores. No por tener esta encomienda somos superiores a otros, pero, sí, tenemos la tremenda responsabilidad de llevar en alto y a todos, está sana doctrina.
Nada fácil, pues, y fracasamos a menudo. Nos sentimos cansados y agotados. Sin embargo, por la gracia de Dios, con los ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de la fe, corremos con paciencia y regocijo la carrera que tenemos por delante, llorando a veces, sí. Lea Hebreos, todo el capítulo 12.