La Navidad habla de amor, paz y perdón. De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito… Jesús es el Príncipe de paz.
Jesús salvará a su pueblo de su pecado. Pero a la vez, estas bendiciones tan preciosas no existen sino bajo el reinado de Jesucristo. Por esta razón, una oración navideña (y siempre) incluye la segunda petición del Padre Nuestro: Venga tu reino. Jesús respondió a la pregunta de Pilato, ¿Eres tú rey?, diciendo, Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. (Juan 18:37). ¿Cuál verdad? Obviamente se refería a la verdad del Reino de Dios, el reino que tiene a Jesucristo por rey. Como rey, insiste en ser obedecido, reverenciado y amado.
Insiste en que creamos en Él, el único gran Dios y salvador, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras, Tito 2:13-14. Vino al mundo para que la gracia de Dios se manifestara, enseñándonos que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos… sobria, justa, y piadosamente, 2:11-12.
Es por lo anterior que celebramos la Navidad. Jesús nació, enviado por el Padre para redimir, purificar, y tener un pueblo de buenas obras. ¡Gloria al Señor! Esto, sí, es la justicia cuyo efecto será paz, y la labor de esta justicia es reposo y seguridad para siempre (Isaías 32:17). Celebramos porque luego que hay juicios de Jesucristo en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia (Isaías 26:9). Su ley es a la verdad santa, y el mandamiento santo, justo, y bueno (Romanos 7:12). Repase otra vez el salmo 119 para ser impactado por los beneficios de guardar la ley de Dios (de Jesucristo). O, medite el libro de PROVERBIOS que insiste en la sabiduría cuyo principio es el temor de Dios y guardar sus mandamientos. (Salmo 111:10). ¡ALELUYA! Jesucristo vino para cumplir toda justicia y para pagar la sanción sobre el pecado (la muerte). Es decir, vino para imponer su autoridad al sentarse como Rey en su trono con toda potestad en el cielo y en la tierra (Mateo 28:19).
Celebramos la Navidad porque Jesucristo vino en toda la humildad de su encarnación para después de cargar con el pecado de su pueblo, resucitarse, ascender al cielo y sentarse a la diestra de la Majestad en los cielos. ¡Qué hermoso este Rey! (Véase el Salmo 45). ¡Qué bueno es! Es el esposo de su novia, la iglesia. Por su Espíritu regalado a su pueblo, hace que éste se someta bajo su bandera de amor, y negándose cada miembro a sí mismo, tomando cada uno su cruz, y siguiéndole, resulte cada uno reinando con Cristo (2 Timoteo 2:11-13), sentado con Él en los lugares celestiales (Efesios 2:6). ¡Una Navidad real!
Nuestro Rey, siendo a la vez nuestro Maestro, nos habla todos los días mediante un tratado de amor, la Biblia. Nos asegura (a su pueblo) que con amor eterno nos ha amado. Su Espíritu, a través de todas las páginas de la Biblia, nos susurra que Cristo nos ama – por razón de la obra suya en la cruz por la cual cumplió todo a nuestro favor para justificarnos gratuitamente y para ponernos a funcionar como hijos suyos, pero a la vez, siervos del reino que no tiene fin, un reino de justicia y, por eso, de paz.
Señor Jesús, tú que eres nuestra reconciliación, nuestro rescate, nuestra redención, te adoramos, y abriendo nuestros tesoros (que tú mismo nos regalaste), te ofrecemos presentes. Librados de nuestros enemigos, sin temor te servimos en santidad y justicia todos nuestros días. Nos convertimos de los ídolos a ti para servirte, Dios vivo y verdadero como eres (1 Tesalonicenses 1:9). Así celebramos la Navidad – bajo tu autoridad, rogándote, “Venga tu reino”, buscando en todo ese reino y tu justicia. Lo hacemos ahora mismo, en este mundo, predicando las Buenas Nuevas que, cuando aun éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡SANTO, SANTO, SANTO eres tú! Te amamos con todo nuestro corazón. ¡Qué maravilla que vinieras al mundo!