El humanismo, el naturalismo, el secularismo, el evolucionismo (la lista de “ismos se vuelve larga) tienen en común en alguna medida la confianza en el ser humano como determinante el mismo independiente de Dios de su actuación y su destino. En esa medida, se hallan en oposición a Dios. (Foto: Mark Bridge/Flickr)
El Catolicismo Romano de los siglos anteriores al 16, fue lo que llamó a la revolución religiosa de aquel siglo. Acusaron, y todavía acusan, a los reformistas de romper la unidad de la Iglesia Cristiana al proclamar un regreso a la Biblia. No, no eran ellos, sino aquellos que se habían apartado de la verdad de Dios, la fe que ha sido una vez dada a los santos. Pese a todo, la Iglesia Romana, el Catolicismo, sigue ahora en el siglo 21 en las mismas doctrinas que, bajo la bendición de Dios, ocasionaron el regreso al evangelio de Dios.
Lo básico de la Reforma Protestante era sencillamente la insistencia en la realidad de Dios revelada y celebrada en la Biblia. Sin reconocer, obedecer, y adorar a este Dios, el Dios único y soberano, eterno, infinito, e inmutable en su ser y en todas sus virtudes, no hay evangelio. Es así porque es Dios que tiene que iniciar y llevar a cabo la salvación de su pueblo. No se debe a la actuación o los aportes del ser humano, hundido como es, culpable, y muerto en sus delitos y pecados.
Todos los “ismos” con excepción del Cristianismo tienen la misma culpa que el Catolicismo. Todos cometen el mismo error. En alguna medida todos condicionan la honra de Dios bajo la operación de la voluntad humana. En alguna medida variada, todos declaran que Dios depende de las decisiones humanas para poder Él llevar a cabo su voluntad. Claro, el ateísmo (incluyendo el comunismo, que también es una “religión”) niega que Dios exista. Por supuesto el arminianismo (que incluye en general al pentecostalismo) reconoce parcialmente al Dios de la Biblia, y en cuanto confían en el Salvador Jesucristo, son salvos y son hermanos en Cristo con los reformistas. Pero, limitan a Dios al decir que el ser humano que tiene que dar permiso a Dios para salvarle, no sólo en el comienzo en la conversión del pecador, sino también a través del peregrinaje cristiano. Felizmente los arminianos que son salvos creen en Cristo, aunque en teoría niegan en parte lo que creen de corazón. Esta inconsistencia no honra a Dios, que quiere ser predicado en toda la gloria de su soberanía y honrado por su salvación sin que su gloria sea compartida con otros.
El humanismo, el naturalismo, el secularismo, el evolucionismo (la lista de “ismos se vuelve larga) tienen en común en alguna medida la confianza en el ser humano como determinante el mismo independiente de Dios de su actuación y su destino. En esa medida, se hallan en oposición a Dios.
Pero, entendamos algo muy importante. Los reformistas, siguiendo la Biblia, no negaron el deber y el valor esencial de las obras humanas. Repetidamente la Biblia (palabra de Dios) insiste en que cada persona humana recibirá según sus obras, insiste en la necesidad de obedecer a Dios, en orar, en evangelizar, en perseverar en la santidad del temor y el amor de Dios. Si esto presenta un dilema para la mente humana de cómo entender la relación entre la soberanía de Dios y el deber del hombre, no obstante la Biblia claramente enseña ambas cosas. Creamos, pues, y obedezcamos, porque así es el cristianismo en verdad. Y esta actitud de obediencia y confianza la vivimos en unión con Cristo en la plenitud de gozo y esperanza. La Fe Reformada (cristianismo) es el “ismo” más acertado de todos los intentos de entender la realidad del mundo y la vida que conocemos. A la Biblia, pues, para examinarlo todo.