Vamos, sin demora, a implorar el favor del Señor y a buscar al Señor de los ejércitos, y como Zacarías poder decir “Yo también iré” (Foto: Maltz Evans/Flickr)
Salmos 122:1 Yo me alegré con los que me decían: A la Casa de Jehová iremos.
Durante el fin de año y comienzos de enero, la mayoría de las personas buscan reunirse en casa, con los padres o con los abuelos, para estar reunidos en las fechas denominadas comercialmente como Navidad, Año nuevo y Reyes Magos, y se pasan varios días con la familia, se recuerdan los buenos momentos compartidos en la infancia y la juventud; los niños pequeños, los nietos, hijos, sobrinos, corren y juegan por toda la casa. En fin, es toda una alegría que emociona y reconforta. Todo esto ocurre cuando vamos a la casa de la niñez.
Pero, ¿qué sucede cuando se trata de ir a la “Casa del Señor”? ¿Qué sucede cuando se trata de buscar con anhelo y con fervor al Señor Santo y Todopoderoso? ¿Realmente podemos expresar desde nuestro corazón como dice en el libro de los Salmos “Yo me alegré con los que me decían: A la Casa de Jehová iremos”?
Es con alegría y con gozo que debemos acercarnos a nuestro Padre Celestial, debemos perseverar y esforzarnos por pasar al siguiente nivel de relación, pasar al siguiente nivel de intimidad con nuestro Señor, y avanzar cada día en nuestro proceso de santificación, y, ¿cómo lo podremos hacer?
No hay otra manera más que deleitarnos en la lectura de Su Santa Palabra, meditar en ella de día y de noche, a tiempo y a destiempo, estudiándola con entrega y dedicación. Como dice la Biblia: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito… (Josué 1:8)
Es necesario que avancemos y pasemos a otro nivel. A un nivel de relación con el Señor más fuerte, más íntimo. Que podamos decir con corazón sincero, como dice el salmista, Oh Dios, tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua (Salmos 63:1-3)
¿Realmente podemos decir con corazón sincero que anhelamos ir a la casa de Dios al culto dominical? ¿Podemos decir que anhelamos los tiempos de oración congregacional dispuestos por nuestra iglesia local?
Que podamos decir con firmeza; ¡Vamos a la casa del Señor! ¡Vamos a adorarle! ¡Vamos a rendirle culto! ¡Vamos a rogar por nuestra nación, por nuestras familias! Porque le reconocemos como el único Dios verdadero, el Dios Todopoderoso, quien gobierna cuida y sustenta todo. Quien por su pura gracia nos ha escogido y en consecuencia ahora nuestro corazón anhela despertar cada día para adorarle, y de manera muy especial, el domingo, su santo día, cuando nos reunimos como hermanos a rendirle culto.
Qué importante es que este año tan decisivo para nuestro país, en época de elecciones, nuestra mejor elección sea la de unirnos en un clamor genuino, en una ferviente oración, en un ruego continuo, en una súplica obediente y dependiente, como nos indica su palabra, “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14)
Vamos, sin demora, a implorar el favor del Señor y a buscar al Señor de los ejércitos, y como Zacarías poder decir “Yo también iré” Zacarías 8:21-23 y los habitantes de una irán a otra, diciendo: Vamos sin demora a implorar el favor del Señor, y a buscar al Señor de los ejércitos. Yo también iré.
Esto hicieron los patriarcas por medio de su obediencia a Dios y creyéndole al Señor de los ejércitos, estos hombres en la historia expresaron con sus acciones de vida “Yo también iré” Abraham dijo: “Yo también iré”, Isaac dijo “Yo también iré”, Jacob dijo “yo también iré”, Moisés dijo “yo también iré”, Josué dijo “yo también iré”, los profetas dijeron “Yo también iré” y en el nuevo testamento, los apóstoles, entre ellos Pedro, Juan, Pablo dijeron “Yo también iré”.
Entonces, es el momento para responder al llamado, vayamos al encuentro con nuestro Señor y digamos “Yo también iré” ¡Vamos a la casa del Señor!