“Cesa, hijo mío, de oír las enseñanzas que te hacen divagar de las razones de la sabiduría” Pr. 19:27 (Foto: Alan Levine/Flickr)
El texto indica que hay enseñanzas que pueden hacer desviar de lo correcto al que las escucha. Tales enseñanzas sin duda se presentan como inofensivas y hasta prometerán resultados grandiosos. Como cuando Eva escuchó que comer del fruto no le traería condenación alguna y que por el contrario, si comía, la llevaría a ser igual a Dios. Ahora sí que sabemos cuán falsa era esta afirmación.
De la misma manera, hoy existen enseñanzas tentadoras en contra la pureza sexual, así como contra la honestidad, y en general en contra de cada virtud. Hay otras enseñanzas que no atentan contra la santidad, en apariencia, pero sí lo hacen en contra de las doctrinas fundamentales, como la sola Escritura, o la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo, el castigo eterno, o la salvación únicamente por gracia, Gal. 1:6-10
El texto también dice que esas enseñanzas le pueden resultar llamativas a cualquier creyente. Si bien los que no conocen a Dios viven dominados por tales enseñanzas, los redimidos no están inmunes a ser engañados temporalmente. La presencia del viejo Adán en el cristiano (esto es, el pecado del hombre), quien es el peor enemigo de la santidad del creyente, es lo que hace que esto pueda pasar. A nuestra vieja naturaleza le encanta lo incorrecto y detesta lo cierto. Por ejemplo, la iglesia en Corinto, llena de creyentes, sufrió la invasión de falsos maestros, con sus enseñanzas, que aunque sutiles, pervertidas. El resultado fue que esta iglesia no solo abrazó a los falsos maestros, sino que repudió a los maestros que Dios había enviado para enseñarles el camino correcto, 2 Co. 11:1-15
Como todo lo falso trae consecuencias funestas, entonces las palabras de Pablo a los Corintios resultan muy apropiadas: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” 2 Co. 13:5
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