Salmo 117
“1Alabad a Jehová, naciones todas;
pueblos todos, alabadle.
2Porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia,
y la fidelidad de Jehová es para siempre.
Aleluya.” (Foto: ELaSeatle/Flickr)
Este es el capítulo más corto de la Biblia, pero aun así este Salmo tiene mucho que enseñarnos.
El versículo uno dice que la salvación alcanza a todos los pueblos, dice que va más allá de los linderos de Israel. Recuérdese que los israelitas tenían la tendencia a creer que el reino de los cielos era solo para ellos (Hch. 10:45), pero al darse la orden de que toda nación y pueblo alabase a Dios, es claro que personas aun de los rincones más inhóspitos del mundo también gozan de la salvación.
Juan, el apóstol, vio ese precioso cumplimiento al observar una gran multitud de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas alabando a Dios, diciendo: “...la salvación pertenece a Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” Ap. 7:9-10
El versículo dos dice que la salvación es por pura gracia. Israel tuvo la tendencia a creer en una salvación por ritos y obras (Ro. 10:1-4), pero el Salmo menciona dos atributos de Dios que indican que la salvación es solo por gracia.
El primer atributo es la misericordia. Ésta solo se aplica, obviamente, a quien esté en miseria, que es tal como llegamos a este mundo: en absoluta miseria espiritual. Llegamos con la férrea voluntad de practicar el pecado como el mayor de nuestros gustos. Desde cuando fuimos engendrados, caminábamos como ovejas, llevadas al matadero, sin presentar resistencia, y hasta acelerando el paso hacia el degolladero. Caminábamos con el mayor placer hacia el infierno, amando a los que nos limpiaban ese camino, pero odiando, despreciando y mirando como enemigo al que con amor y valentía nos advertía de nuestra locura. Mas Dios, de manera irresistible, salió a nuestro encuentro, y aplicó la salvación alcanzada por Cristo a nuestro favor. Nos sacó de esa vida y camino de miseria, bendiciéndonos, enriqueciéndonos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales, en Cristo Jesús (Ef. 1:3) Por favor, lea 2 Co. 8:9
El segundo atributo es la fidelidad eterna. Si mantener la salvación dependiera de nuestra fidelidad, aun después de haber sido creados de nuevo, el cielo en su eternidad solo tendría al Dios trino y a sus santos ángeles. Nuestra garantía para estar en el cielo está en la absoluta fidelidad de Dios; fidelidad a la que Él se propuso desde antes del comienzo de los siglos.
Si hemos de entrar en Su reino, se debe a que Él nos amó con amor eterno, nos predestinó. Luego, por su fidelidad, envió a su Hijo para cumplir todas Sus exigencias, en nuestro lugar; luego nos llamó, haciéndonos nacer de nuevo. Desde ese entonces ha venido perseverando en nosotros, moldeándonos, hasta que lleguemos a ser perfectos; finalmente nos hará disfrutar plenamente de Su reino. (Jer. 31:3; Ro. 8:28-30; Fil. 1:6)
¿Cómo no alabarle?
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