Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Heb. 4:14-16 (Foto: Noj Han/Flickr)
Todos somos débiles. Así seamos nacidos de nuevo, y por tanto contemos con la presencia del Espíritu Santo en nosotros, y aunque tengamos un profundo deseo de agradar a Dios, igual, somos débiles. Jesús dijo de nosotros: “el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” Mt. 26:41b, y el mismo apóstol Pablo decía de su propia debilidad: “porque según el hombre interior me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente...” Ro. 7:22-23; cuánto más podemos decir de nuestras propias debilidades.
Durante nuestra vida hemos pasado por muchas pruebas, y podemos estar seguros de que estas no terminarán sino hasta el final de nuestros días. El peligro es que con cada prueba llega también a nuestra menta la solución que está por fuera del consejo bíblico. Esa “solución” lleva el nombre de tentación; y de seguirla, caemos en pecado.
Nuestro deber como creyentes es acercarnos confiadamente al trono de la gracia. Tal acercamiento, el cual puede producirse durante la prueba o luego de haber caído en la tentación, lo debemos hacer por medio de nuestro único sumo Sacerdote, el Señor Jesucristo. Cristo es el único camino para llegar a la presencia del Padre, porque fue Él quien entró con su sangre en el tabernáculo celestial, aplacando una vez y para siempre la ira justa de Dios que había contra nosotros.
Podemos estar confiados de que una vez nos acerquemos, Dios derrama su misericordia en nosotros, por amor a su hijo, trayendo oportuno socorro. Esto implica sabiduría, fortalecimiento, desvanecimiento de la tentación o perdón en caso de haber ofendido al Señor, como bien puede verse en los pasajes siguientes: Stg. 1:5; Dn. 3:15-18; Sal. 1:1-4; 1 Jn. 1:8-9.
Por tanto, “Echa sobre Jehová tu carga, y Él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo” Sal. 55:22
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