“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os prepare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” Jn. 14:2-3 (Foto: Terry Dennis/Flickr)
Cuando nuestro Señor Jesucristo le dijo esto a los apóstoles, lo hizo porque sabía que ellos tendrían que enfrentar un camino de peregrinaje difícil. Serían despreciados y aborrecidos, incluso por sus propias familias, sin razón; serían tratados de falsos, de perturbadores del mundo; serían azotados y hasta asesinados por verdugos, y lo peor es que estos pensarían que con tal acción estarían prestando un servicio a Dios. Por esto, y como consuelo, con certeza el Espíritu Santo les recordaría la promesa del Señor: “vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo”. Todo su sufrimiento sería temporal, mientras que la gloria que los esperaba sería eterna.
La situación para los verdaderos hijos de Dios hoy día no es muy diferente a la que lo fue para los apóstoles. Todo aquel que está unido a Cristo enfrenta una lucha sin cuartel contra los deseos carnales que batallan dentro de uno mismo. Además, el creyente está en un mundo que lo aborrece y lo tienta para que siga sus normas y para que desista de la fidelidad al Señor. Por si no fuera poco, el cristiano tiene un enemigo que sin descanso le envía sus dardos de fuego, para anularlo, bien sea directamente o usando a sus siervos. Pero todo esto es temporal. Para usted, querido creyente en Cristo, también son las palabras del Señor: “...vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo”.
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