Dios detuvo el avance del río Jordán, y el pueblo cruzó. Este es el escenario en el que Dios ordena construir un monumento. El monumento no es algo majestuoso, sino que se trata de doce piedras que estaban en el río. Pero esto es suficiente para dejarnos enseñanzas, incluso hoy.
Es Dios quien dice cómo debemos adorar, y siempre que buscamos tomar la iniciativa, terminamos en un error. Fue así durante el Antiguo Testamento, y lo es en nuestros días. Otro aspecto relevante es la sencillez del monumento. Dios nos hizo y nos conoce, y evita así que caigamos en orgullo.
El monumento sirvió para enseñar a las generaciones que no vieron el milagro, y esto nos deja un principio: los padres son los responsables de enseñar a sus hijos. La Biblia está llena de monumentos, los cuales sirven para que conmemoremos y recordarnos la redención de Cristo.