Dios le explica a su pueblo cómo enfrentar al enemigo en la batalla, mientras Jericó se sentía protegida por la dimensión de sus muros. El plan que seguía Israel daría la impresión de poca cordura, pero vino del Señor a Josué, lo cual asegura ya su éxito. Dios lo considera ya un hecho.
De igual manera, nuestra salvación no es una posibilidad, sino una realidad, realizada por Cristo. El plan de salvación fue determinado por Dios, y así como la batalla de Jericó, aunque no tenga sentido para nosotros, es lo que funciona, y lo hace perfectamente, como simboliza el número 7.
Lo esencial en la batalla es la presencia de Dios. Dios es quien pelea por su pueblo, es quien da la victoria. Como respuesta, nuestro trabajo, así como lo fue para Israel, es tener fe en lo que Dios nos dice, luego de lo cual la obediencia resulta natural. Cristo es quien asegura nuestra salvación.