El pueblo había sido castigado por el pecado de un hombre, y por eso cayeron en desánimo y desconcierto. Ya cuando la situación parecía más desesperada fue cuando Dios procedió a restaurarlos, fue el Señor quien tomó la iniciativa, y se dirigió a Josué. Dios no nos deja derrotados.
Dios les recuerda que tienen la victoria asegurada, y no solo para esa batalla, sino que tendrán la tierra prometida. El Señor mismo les explica la estrategia para enfrentar al enemigo y, aun así, el pueblo debía salir y pelear. Así nosotros, tenemos una lucha contra el pecado, sin tregua.
No hay enemigo pequeño, así le enseñó Dios a Israel, y también a nosotros hoy. Como iglesia tenemos que luchar, todos juntos, contra el pecado y contra el mundo. Nuestro consuelo es que Jesucristo ya venció; Él nos ordena ahora que nos levantemos y venzamos, con su armadura.