El hombre busca la felicidad como objeto final. Las bienaventuranzas nos enseñan que la felicidad no es la meta, sino que es una consecuencia.
Las bienaventuranzas nos hablan, además, de cómo pertenecer a Dios, y de lo que le sucede a una persona que ha sido alcanzada por la gracia de Dios.
En esta bienaventuranza en particular, los de limpio corazón, se nos hace un llamado a mirar lo interno. No la profesión externa, como fue en los religiosos de la época cuando jesús dio estas enseñanzas.
¿Quiere usted ver al Señor? Bueno... sólo los limpios de corazón lo verán.