“Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de gran misericordia, y que te arrepientes del mal.” Jonás 4:2
Sé que en mi familia y amigos que reciben estos mensajes, hay algunos que creen que la salvación es por obras, por méritos personales. Les ruego, por amor a sus almas, leer una y otra vez el libro de Jonás, para que mediante la iluminación del Espíritu se den cuenta, como se enseña en toda la Biblia, que la salvación es y tiene que ser un regalo de Dios, es por pura gracia.
Los ninivitas habían llegado a una maldad extrema, igual a la de los de Sodoma y Gomorra, por ello Dios dice: “…porque ha subido su maldad delante de mí.” Jonás 1:2, palabras similares a las dichas en Gn. 18:21 refiriéndose a los sodomitas. Pero alguno dirá: “Bueno, está bien, ellos eran malos, pero tal vez la predicación del profeta: su elocuencia e invitación a venir a Dios fue dicha con tanto amor que los convenció.” ¡Nada! el profeta aborrecía como ninguno a este pueblo, no les quería predicar y su mensaje no fue de amor, fue de juicio, de condenación, algo que deseaba con toda su alma. Pero otro dirá: “pero ellos si aportaron por lo menos una obra, el arrepentimiento.” El arrepentimiento no está de manera natural en el hombre, es un don de Dios producido por el Espíritu Santo. Dios es quien hace nacer en nosotros tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad. Les repito, como en otras ocasiones, si el hombre pudiera hacer algo para su salvación, al menos el 1%, no había sido necesario la venida de Cristo para morir por pecadores como nosotros. No depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Romanos 9:16
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