Celebramos otra vez el nacimiento del Príncipe de Paz, Jesús de Nazaret. Él, el Hijo de Dios, Dios el Hijo, vino al mundo como gobernador, como rey. El profeta judío, Isaías, 700 años antes de aquel evento en Belén, lo había anunciado con estas palabras: Waiting For The Word/Flickr
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Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado será sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
Lo dilatado de su imperio y de su paz no tendrá límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto. (Isaías 9:6-7)
La venida del Rey fue para gobernar el mundo que Él mismo había creado, y comenzar un proceso de paz. Podría parecernos ahora 2000 años después de su venida que fracasó en su intento. Pensar así sería equivocarnos gravemente. Cometemos constantemente el error de juzgar al Rey y su reinado desde la óptica nuestra. La agenda de Jesús, el Cristo, es diferente de la nuestra. No nos ha dado muchos detalles del mismo; sólo nos ha dicho lo necesario, para que, mientras venga otra vez, sepamos vivir y esperar su venida con inteligencia, esperanza, y la bendición suya.
La verdad es que en el proceso de paz que vino a implementar en su primera venida, logró lo principal. Logró armonizar dos elementos que también nos preocupan en nuestro actual proceso de paz en Colombia: otorgar el perdón a los culpables y a la vez hacer cumplir la justicia.
Dios encontró en Jesucristo la solución al dilema en nuestra relación con Él. A continuación, un poco de teología: Jesucristo mismo satisfizo las justas demandas de la ley de Dios que todos nosotros habíamos desobedecido. Lo hizo al morir en la cruz, allá recibiendo Él mismo el castigo que nuestro pecado merecía. No fue cuestión de impunidad, sino cuestión de justicia. Por eso se hizo humano (sin dejar de ser Dios) para pagar la sanción. Dios mismo, dice Romanos 3:25, “puso [a Cristo] como propiciación por medio de la fe [de su pueblo] en su sangre, para manifestar su justicia…a fin de que Él sea el justo y Él que justifica al que es creyente en Jesús”. ¡Nada de impunidad en esto! Cristo Jesús pagó. Por lo tanto, ya justificados ante el tribunal del santo Creador ofendido, su pueblo creyente será salvo de la ira, Romanos 5:9. ¿Quiénes son estos justificados [absueltos] ante el tribunal justo del santo Creador? Son aquellos que arrepentidos, creen en Jesucristo crucificado en su lugar. “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores [y enemigos de Dios], Cristo murió por nosotros”, Romanos 5:8. ¡Maravilloso regalo!, el don de la justicia de Cristo (Romanos 5:17-19) anotada en la cuenta de quienes crean en Él. “Justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”, 5:1. Aquí hay perdón juntamente con justicia, y, a la vez, con restauración y reparación todo en un mismo paquete. El que crea en Jesucristo resulta en unión con Cristo, y en unión con Él se vuelve “una nueva criatura”. La fe en Cristo va acompañada siempre del arrepentimiento y el don de un corazón nuevo inclinado a amar a Dios y a amar al prójimo según la guía de la ley de Dios. Con el perdón viene, por la misma fe en Cristo que lo trae, el poder y el deseo de no seguir en rebeldía contra el Rey. Nace el anhelo de andar en su ley, obviamente una ley santa, justa, y buena.
Seguramente esta carta es el saludo navideño más complicado que jamás ha recibido. Puede ser, pero, muchos han pasado muchas navidades sin saber el sentido de la natividad de Cristo. Han tenido sólo ideas vagas de lo acontecido. Quizás lo hayan mirado sólo como una leyenda diseñada a volvernos gente amable, dadivosa, y pacífica. Apreciar en verdad la Navidad es saber que el asunto va mucho más profundo. Jesucristo, cuando murió, “se ofreció a sí mismo a Dios”. Por eso nació en Belén, es decir, para poder morir y así cumplir la sentencia vigente contra su pueblo. El Verbo, que era Dios, se hizo hombre y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Esta es la única explicación completa de la Navidad. ¡Estas son las Buenas Nuevas de esta época y siempre! Únicamente así hay justicia y, con ella, la paz. Como escribió otra vez el profeta Isaías: El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. Los que se someten bajo la autoridad de Cristo se salvan; los que no lo hacen siguen en guerra con su Creador – sin esperanzas de salir adelante. Los que hablan del pesebre sin hablar de la cruz y de lo que Jesucristo logró en su muerte en ella, de hecho saben muy poco de la Navidad. Hablar del evangelio de Jesucristo sin hablar de su obra redentora como central, es en realidad no hablar del evangelio. La muerte de Cristo no era y no es solamente un ejemplo de humildad y de sacrificio que el ser humano debe imitar para así merecer el perdón de sus pecados.
Bien entendemos que en lo anterior estamos hablando de la paz entre Dios y el hombre. La paz nacional trae complicaciones diferentes, pero, aquélla abre la puerta para ésta. Mientras sigan las naciones en rebeldía o indiferencia hacia Dios, no gozarán nunca de su bendición para la paz en sentido auténtico. Más bien experimentan a Dios como adversario.
La Sagrada Biblia es el libro que define el cristianismo, sea o católico, o protestante, o evangélico, o carismático u ortodoxo, etc. Pero, con pocas excepciones “los cristianos”, sean de la comunidad que sean, viven sin conocer el mensaje de ella en la totalidad del sistema doctrinal que presenta. Con razón existe un cristianismo dividido, desviado, y sin ofrecer ninguna esperanza más allá de las demás religiones e ideologías que también dependen de recursos solo humanos, sistemas que no tocan el problema básico del ser humano, su alienación bajo el justo desagrado de Dios.
Muchos dirían que analizar los elementos de la obra de Cristo es enredarse innecesariamente en cuestiones académicas. Prefieren algo sencillo, algo que surja de intuiciones y sentimientos. Allí está el problema, pues la fe y el entendimiento se quedan en preferencias de cada cual. La confianza reposa en lo humano. Dios mismo es en gran parte desconocido, y la debida gratitud a Dios es diluida. No les interesa y lo aguantan lo que Dios dice en su Palabra, la Biblia. Les parece exótico y difícil de creer que un carpintero de Nazaret de Palestina hace 2000 años, que muere la muerte de un criminal en una cruz, efectuara la solución de la problemática humana moderna. “¡Pura paja!” Dirían que al fin y al cabo, la solución de los problemas humanos es cuestión de la actividad del hombre.
Pero, el hombre fracasa. Mire la historia; llevamos siglos en la búsqueda de la paz. Y nada.
Hay algunos que hablan del evangelio y de la sangre de Jesucristo como salvación, pero a la vez insisten en que la eficacia de la obra de Jesucristo depende del aporte y el permiso humanos. No captan, o no quiere captar, que la salvación es de Dios, y que es de Dios según Dios mismo en su voluntad irresistible la lleva a cabo. No toman en serio el texto, la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. Limitan las palabras del ángel a María, “Llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”. O, igualmente perjudicial, toman estas palabras como garantía de ser todos perdonados ya, y a la vez, libres por eso de seguir en su desobediencia a Dios.
“Toda autoridad me es dado en los cielos y la tierra”. Son las palabras finales de Jesucristo a sus discípulos antes de ascender Él al cielo. Por eso, si bien creer en Jesucristo es creer en su sangre como la paga del pecado, es a la vez creer en este mismo Jesús como Rey. ¡Qué bueno confiar en uno poderoso para salvar! Cuando pedimos, ¡Venga tu reino!, vamos pidiendo que Cristo en todo sea obedecido y que los términos de paz que Él impone sean aceptados. Así por fin habrá venido el Reino de Dios en toda la perfecta hermosura y armonía de la sabiduría del buen Creador.
Para una Feliz Navidad en verdad, dese el regalo de conocer la Biblia - ella en su totalidad – y de clamar a Dios su misericordia en Cristo – esperando su segunda venida a la tierra.