“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.
Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra;
si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho” Is. 1:18-20 (Foto: Joanna Sweeny/Flickr)
Según el capítulo 1 del libro de Isaías, Judá estaba celebrando culto a Dios, pero a la vez su vida cotidiana estaba a la par de Sodoma y Gomorra. Aunque su perversidad era inmensa, el Señor les extiende su mano de gracia. Les pide venir a Él para que queden completamente limpios, lo cual garantizaría su permanencia en la tierra prometida. Pero no solo les extendió la mano de gracia, también les mostró la mano de juicio. Les advirtió que si no aceptaban su perdón absoluto y gratuito, junto con su limpieza, entonces la espada los alcanzaría, sin remedio.
Judá depreció el perdón y la limpieza de Dios, por su amor al pecado. Dios, conforme a su advertencia, derramó justamente su ira sobre Juda. Juda fue castigado horrendamente, con hambre, pestes, fieras, espada y cautiverio. Claro, ya en su castigo Juda clamó a Dios, pero Dios no los escuchó, porque cuando Él había extendido su mano perdonadora, muchas veces, fue totalmente despreciado. (Ez. 5:8-17; Lm. 3:8)
La mano de gracia ha estado extendida para perdonar y limpiar aun al peor de nosotros, al pecador más grande. El ir a Él, aprovechando su oferta, trae como resultado la aplicación de la sangre de Cristo, la cual nos limpia de todas las abominaciones y nos garantiza la permanencia eterna en el reino de los cielos. (Ap. 22:17; 1 Ti. 1:15-17; 1 Jn. 1:5- 9; Ro. 8:1; Lc. 23:40-43)
Al alejarnos de Dios, despreciando su gracia para seguir en nuestra maldad, ocurren dos cosas: la mano de gracia es retirada, y a la vez, su mano de juicio es extendida. Quizás alguien, por la ceguera de su pecado, piense que esto no va a ocurrir, o que al final todo se resolverá a su favor, pero Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? Cuando la persona ni lo piense, la paciencia de Dios dará paso a su ira, y cuando esto ocurra ya no habrá nada que hacer, la eternidad en el infierno habrá quedado asegurada. (Heb. 10:26-31)
“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe, probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” 2 Co. 13:5
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