Quizás usted haya escuchado acerca de una carta que recibió un burrito. La carta decía así:
“Muy querido y amado burro. Desde que te conocí quedé sinceramente preocupado por dos cosas tuyas: primero, por tus orejas tan enormes; y segundo, por el tamaño de tus dientes.
Atentamente, tu amigo:
El conejo”
(Foto: Mark Strobl/Flickr)
Aunque ni las orejas ni los dientes del burro o del conejo son un defecto, ¿no creen que podemos aplicar la enseñanza de esa carta a nosotros mismos cuando miramos los defectos de los demás? Por ejemplo, meditemos en una mentira que alguien nos pudiera decir. ¿No reaccionaríamos con un enojo terrible y como queriendo desbaratar al mentiroso? Ahora, ¿cómo reaccionaríamos si los mentirosos fueramos nosotros? ¿Lo haríamos con el mismo enojo y furia? Sinceramente, la respuesta es ¡no!
Que nuestro Señor Jesucristo nos limpie con su sangre de las obras muertas, una de las cuales es juzgar carnalmente, para dedicarnos más bien a servir al Dios vivo.
“No juzguéis, para que no seáis juzgado” Mateo 7:1
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