“...y era tentado por el diablo...” Lucas 4:2 (foto: Lynne Hand/flickr)
Si Jesús fue tentado, como lo muestra el pasaje, nosotros, los que hemos sido comprados con su sangre también lo seremos. Tales tentaciones pueden ser directas, pero también sutiles, tanto que puede que ni percibimos que estamos cayendo en lazo. Por ejemplo:
- Somos tentados a darle prioridad a las necesidades físicas, y así dejamos de lado lo realmente importante, lo espiritual.
- Somos tentados para hacer lo que nos da fama, ganando reconocimiento entre los hombres, incluso pensando que así “obligamos” a Dios a que nos favorezca.
- Somos tentados a buscar el poder y las riquezas de este mundo, y muchas veces ni percibimos que estamos haciendo de estas cosas un dios.
Ante tal realidad, nuestro Señor nos dice que debemos velar y orar para no entrar en tentación, pues aunque nuestro espíritu está dispuesto, nuestra carne es débil. Esto es una batalla, en la cual Él no nos abandona para que con nuestras fuerzas (que son ningunas), peleemos solos. ¡No! Él, quien es nuestro único y suficiente sumo sacerdote, quien fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado, se compadece de nuestras debilidades. Por ello: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” Hebreos 4:16