“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.” Romanos 7:24-25 (Foto: WELStech/Flickr)
La necesidad
Los cristianos sentimos la necesidad constante de alimentar abundantemente nuestra alma con la vida de Jesucristo, por medio de la leche espiritual no adulterada: la Santa Palabra de Dios.
La lucha
Ese alimento divino es veneno para nuestro viejo hombre, y por ello este, con todas sus fuerzas malévolas, trabaja para impedir que nutramos nuestra alma. Por eso, por ejemplo, nos da sueño, o recordándonos la urgencia de hacer alguna cosa, perturbando nuestra mente con pensamientos de toda clase, para que nuestros ojos solo pasen por encima de la letra, sin que ésta entre en nuestra alma, haciendo inmensamente atractivo y casi obligatorio el dejar la Biblia de lado, para ir en pro de otras cosas, como la televisión, el celular, la Internet, los juegos… Y entonces pensamos “la Biblia se puede leer después,” sembrando aburrimiento cuando debemos leer, y pensamos, por ejemplo, “¿otra vez lo mimo?”
La solución
En medio de tal realidad, la solución es nuestra humillación delante de Dios, reconociendo nuestra incapacidad para vencer a ese malvado corazón. Debemos recurrir, impotentes, pero confiando, como la viuda al juez: “Hazme justicia de mi adversario” para que se cumpla tu palabra que dice: “...el pecado no se enseñoreará de vosotros…” Romanos 6:14
El resultado
“Mejor me es la ley de tu boca
Que millares de oro y plata.
¡Cuán dulce son a mi paladar tus palabras!
Más que la miel a mi boca.” Salmos 119:72,103
¡Del Señor es la batalla, por ello en Cristo somos más que vencedores!