Aquellos que estudian los sermones impresos de expositores dignos del evangelio antiguo, tales como Bunyan o Whitefield, o Spurgeon, encontrarán que de hecho ellos exhiben al Salvador y llaman a los pecadores a Cristo, con un calor, una plenitud, una intensidad, y una fuerza moviente no superados en la literatura del púlpito protestante. Y después de un análisis, se darán cuenta de que la cosa que dio a su predicación su poder único para vencer al auditorio, produciendo un gozo contrito por causa de las riquezas de la gracia de Dios fue la insistencia sobre el hecho de que esta gracia es gratuita.