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Dando la invitación a creer el evangelio

Dando la invitación a creer el evangelio

Debemos, sin temor y con toda confianza e insistencia, invitar a las personas a Cristo. Debemos hacerlo con toda la intensidad y persistencia que la Biblia indica. Es decir, debemos hacer más que sólo explicar. Debemos persuadir, forzar, rogar, razonar, advertir, amonestar, etc. Lo que intentamos al evangelizar no es cualquier asunto, sino se trata de gloria o de infierno. (Foto: Carl Campbell/Flickr)

 

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Dando la invitación a creer el evangelio

Entrando en el tema, recordemos algunas verdades bíblicas que ya hemos examinado y que tienen mucho que ver con el evangelio.

- La Biblia enseña que el hombre por su propia fuerza no es capaz de creer, que es esclavo de su naturaleza caída, y, por lo tanto, no puede escoger sino sólo lo que va de acuerdo con su naturaleza. Es enemigo en su mente contra Dios, etc.
- La Biblia enseña que el hombre se salva sólo por la iniciativa y la obra regeneradora del Dios trino.
- La Biblia enseña que Dios, por lo tanto, debe recibir toda la honra de la salvación. No es por obras, para que nadie se gloríe.
- La Biblia enseña que debemos predicar el evangelio a toda criatura, haciendo discípulos en todas las naciones.

La pregunta que nos hacemos es la siguiente, ¿cómo invitar a los pecadores a creer en Cristo sin anular o ignorar ninguna de las enseñanzas anteriormente anotadas?
No debe ser necesaria hacernos esta pregunta, porque la Biblia presenta la respuesta de la manera más sencilla. Presenta a los siervos de Dios, hablando en nombre de Dios, e invitando —sí, a veces mandando— a la gente a arrepentirse y creer en Cristo, 2 Co. 5:20; Is. 45:21; Hch. 17:30,31; Mt. 11.28; etc. Así es de sencillo el asunto. Por lo tanto, debemos seguir estos ejemplos y hacer lo mismo.

Sin embargo, a pesar de lo sencillo que es invitar a las personas a creer en Cristo, hay ciertas precauciones que hay que tener presente:

1. Primera precaución: antes de invitar a las personas a creer en Cristo,

a. ellas deben entender adecuadamente quién y cómo es el Cristo en quien deben creer.

b. ellas deben saber por qué deben creer en Cristo. La razón es el pecado, definido por la ley de Dios, con su culpa y corrupción, las cuales merecen la ira de Dios. Deben saber cuál es su condición espiritual ante Dios; esto les obliga a mirar a Él y no a sí mismos.

c. ellas deben saber de qué manera o por cuál medio pueden llegar a Él. No es por méritos personales u obras, sino por la fe en Cristo solamente, la que implica por supuesto el arrepentimiento. La fe no es una obra que merece el perdón.

d. ellas deben saber para qué deben ir a Cristo. Son invitados al perdón y a la paz con Dios, y también a la vida nueva en sumisión y servicio a Dios. Fíjese que la salvación no es antropocéntrica. El cambio no es meramente psicológico, sino espiritual. No es un mero cambio de conducta, sino un cambio de relación con Dios y de naturaleza.
Toda respuesta humana a la invitación a creer en Cristo que no se haga sobre esta base mínima de entendimiento es fanatismo. Es irracional. Es contraproducente.

2. Segunda precaución: al invitar a las personas a Cristo, debemos confiar en el poder de Dios con el evangelio para efectuar la respuesta humana. En el sano afán y la compasión cristiana de ver a las personas salvas y la iglesia creciendo, muchos han hecho uso de técnicas, pensando con ellas asegurar que las personas crean. Como piensan que la regeneración se debe a una decisión humana, y que el hombre es capaz de tomar esa decisión, luego toda táctica que lleve a esta decisión es buena. No creen en la realidad ni en el poder de Dios y quizás ni en la voluntad de Dios para salvar, y, como consecuencia, buscan con métodos psicológicos y a veces físicos llevar a los hombres a creer, lo cual luego permite u obliga que Dios haga la parte que le corresponde para que el hombre sea salvo. La parte de Dios en este esquema de cosas depende de la iniciativa del hombre.

3. Tercera precaución: al invitar a las personas a Cristo, debemos estar muy sensibles a la posibilidad del engaño.

a. Debemos evitar toda técnica que pudiera dar la impresión de salvación por obras.

b. Debemos dejar que las personas reciban de Dios mismo la seguridad de ser salvos. Dios se manifiesta en su pueblo sin duda, y su pueblo se dará cuenta que han nacido de nuevo precisamente por la manera nueva suya de pensar y actuar. Hch. 11:19-23

c. Debemos hacer todo lo posible para ser de ayuda para todas las personas; tanto las que preguntan sobre la salvación, como las creyentes después de su conversión.

4. Cuarta precaución: al buscar evitar engaños y prácticas falsas, sin embargo, debemos sin temor y con toda confianza e insistencia invitar a las personas a Cristo.

a. Debemos hacerlo con toda la intensidad y persistencia que la Biblia indica. Es decir, debemos hacer más que sólo explicar. Debemos persuadir, forzar, rogar, razonar, advertir, amonestar, etc. Lo que intentamos al evangelizar no es cualquier asunto, sino que es de gloria o de infierno.

b. Al evangelizar tanto con el corazón como con el intelecto, no debemos dar la impresión de que es por razón de la persistencia y la táctica humana que logramos resultados. Nuestra confianza no está en ellas, sino en el poder de Dios Espíritu Santo.

c. El evangelista debe tener muy presente que la base de todo lo que hace es la creencia en “Sola Escritura”. Debe dejar que la Biblia le guíe, y no buscar evitar peligros modificando la Biblia, sino siguiendo todo lo que ella dice. Si no lo hace, deshonra a Dios y crea peligros para las personas que escuchan el evangelio.
Reconoce que Dios es poderoso para salvar sin mecanismos, pero también que Él ha querido valerse de la obra del evangelista, ya que se trata de personas hechas a su imagen. Su poder para convertir es “físico”, pero a la vez, es inteligente. Actúa sin que actúe el hombre pecador, pero actúa para que el pecador, sin haber actuado, actúe en respuesta a la obra divina.

Sencillamente en esto de la evangelización, Dios manda a todos los hombres en todo lugar a que se arrepientan. Esto es calvinismo puro y sencillo. Toda adaptación o modificación de esta enseñanza clara es un abuso, es un recorte de las Escrituras en interés de mantener un espíritu partidista teológico. Es sacrificar las Escrituras sobre el altar de la lógica humana supuestamente defensora de la honra de Dios. La invitación de Dios a los pecadores es como fue con los israelitas en el desierto, pues toda persona mordida por las serpientes fue invitada a mirar y vivir. Nú. 21:8,9. Fíjese en Jn. 3:14-18; Lv. 4:27-35. Ro. 3:21-31; 4:1-5; 10:6-13. Claro, estos pasajes incluyen el arrepentimiento, no en el sentido de penitencias, sino en el de quitar la mirada de todo lo demás para fijarla sólo en Cristo. Que no entendamos el arrepentimiento en un sentido de restitución o de santificación antecedente a la fe en Cristo, no como volviéndose santo para tener el derecho de ser aceptado por Dios, porque esto sería salvación por obras y méritos personales.

Mantenemos firme nuestro entendimiento de la situación desastrosa del hombre sin Cristo. Está muerto en delitos y pecados. Pero, volvamos al puro principio otra vez. Este asunto que miramos hoy presenta cierto dilema para los que aceptamos el dictamen de la Biblia sobre la realidad espiritual del hombre natural. ¿Cómo puede el hombre muerto en pecados responder al evangelio? Y, decimos que no puede. Pero, no por eso dejamos de invitar a los hombres a creer en Cristo, porque sabemos que mediante el llamamiento vivificante de la voz de Dios que le llega con el evangelio, todos aquellos a quienes Dios llama, no sólo podrán creer, sino que con toda seguridad creerán. Sabemos que Dios nos manda predicar el evangelio, y, luego, decir como Jesús le dijo a Lázaro: “Ven fuera”. Fíjese en Ez. 16:6 “Vive”. Por supuesto debemos evitar que los invitados entiendan mal, que no piensen que por su propio poder, por razón de su decisión, han permitido que Dios los salve, desconociendo la gracia y la obra de Dios y gloriándose en sí mismos, no atribuyendo a Él la gloria, creando para sí mismos una decepción que pueda afectar de por vida su concepto de la salvación de Dios y su concepto de la vida cristiana. Debemos explicar cómo es que Dios salva y porqué, insistiendo en que no es por obras, en que no hay nada que uno pueda hacer para que Dios le salve, pero por esto mismo, señalamos a Cristo e insistimos en que lo miren a Él, no a sí mismos, no adentro a su fe, sino afuera, a Cristo mismo tal como es presentado en el evangelio. Hablemos mucho de Cristo, cómo es y qué hizo, y no mucho de la parte subjetiva de creer.

 

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