No fue por otra cosa juntamente con su sacrificio, sino con el sacrificio mismo, y no fue con el sacrificio de otro, sino con el de sí mismo. Fue suficiente y final. Fue “una sola vez”. (Foto: Laura Bernhardt/Flickr)
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La naturaleza de la redención que Cristo obró
La pregunta que nos hacemos hoy es en cuanto a qué hizo Cristo al morir en la cruz. ¿Qué logró? ¿Cuál fue el resultado, cuál fue la transacción que fue efectuada allí?
La cruz es central al cristianismo. Sin la cruz, no hay cristianismo. La cruz marcó la división de la historia en dos: antes y después. Mire, por favor los siguientes textos, tomando en cuenta lo definitivo que la cruz señaló. Heb. 10:19,20, y versículos 10,12,14; 9:26-28, 14,12. Ya, por la obra de Cristo, el camino está abierto; hay libertad para entrar, y esta libertad existe sin obras o méritos del pecador. El resultado está por razón de lo que Cristo ya hizo. La perfección que nos hacía falta llegó con su muerte. Murió en la consumación de los siglos. No había y no hay porqué esperar más. Con su muerte, “quitó de en medio el pecado”. No fue que potencialmente lo hizo, sino que lo hizo. Fue “por el sacrificio de sí mismo”. No fue por otra cosa juntamente con su sacrificio, sino con el sacrificio mismo, y no fue con el sacrificio de otro, sino con el de sí mismo. Fue suficiente y final. Fue “una sola vez”, y con esa una sola vez, llevó “los pecados de muchos”. Es sumamente interesante que el texto no dice que llevó los pecados de todos, sino de muchos. Veremos más sobre este punto más adelante. Capítulo 9:12 enfatiza lo que ya hemos enfatizado, es decir, que “por su sangre” entro en el Lugar Santísimo, “habiendo obtenido eterna redención”. Ya, por lo que pasó en la cruz, esta redención es una realidad. No fue a medias, esperando alguna obra humana para volverla eficaz, sino que al morir Cristo la obtuvo. Fue en el pasado; no está pendiente.
No depende de misas o de méritos ajenos. Por lo que hizo Cristo, el que cree en Él goza de limpieza de conciencia para servir a Dios. Y, la fe es don de Dios. Cristo se ofreció a sí mismo. Lo hizo “mediante el Espíritu”, indicando la eficacia y la pureza de la obra. Se ofreció sin mancha. Se ofreció a Dios, y Dios lo resucitó, poniendo fin a la agonía de la muerte, puesto que era imposible que Él quedara bajo el dominio de ella, Hch. 2:24. Así era de eficaz lo que efectuó al morir.
¿Qué pasó en la cruz, pues?
1. Cristo obró la redención. Ro. 3:24; Gá. 3:13
2. Cristo propició o aplacó la ira de Dios. Ro. 3:25,26 (1 Te. 1:10 y 5:10). Al ser minimizado el concepto de la ira de Dios, se vuelve imposible comprender lo decisivo de la cruz. Si uno desecha la ira de Dios, la cruz pierde sus verdaderas dimensiones. Tenemos que tener en cuenta la santidad de Dios y su odio por el pecado para entender qué hizo Cristo, y, al inverso, a la luz de lo que logró, entendemos también quién era y es. ¿La ira de Dios? Fíjese en Nm. 11:1,3,10, etc. Muchos desconocen la naturaleza de la obra de Cristo por desconocer la naturaleza de Dios.
3. Cristo obró la reconciliación. Ro. 5:10,11
4. Es decir, Cristo en la cruz murió en lugar de su pueblo, o como sustituto en su lugar, recibiendo el castigo que su pecado merecía. Ro. 5:8
5. Es decir, Cristo fue satisfacción de la justicia de Dios. Ro. 5:9
6. Cristo fue el rescate para nosotros. Mt. 20:28. Fue sacrificado para lograr nuestra liberación de la culpa, la sentencia, y el castigo que pesaban sobre nosotros.
Por razón de lo anterior, por razón de la verdad de lo que efectivamente sucedió en el momento de la muerte de Cristo en la cruz, tengo una buena noticia. Es que Cristo no murió por todo el mundo. No... más bien, Cristo murió por una multitud de personas que por esta razón o son o serán salvas. No murió por aquellos que al fin y al cabo perecieron o perecerán en su pecado. Sí, ¡una buena noticia! Es una mala notica decir que Cristo murió por todo el mundo. Si decimos que Cristo murió por todos, aun por los que se pierden, quiere decir que su muerte para ellos no fue eficaz. No fue en verdad ni una redención, ni una propiciación, ni un rescate, ni una sustitución, ni una satisfacción, ni una reconciliación. Si decimos que Cristo murió aun por los que después de la muerte van al infierno para pagar sus pecados, luego tenemos que decir que al fin y al cabo la salvación del pecador no depende exclusivamente de lo que Cristo hizo y es, sino de algo adicional que el pecador mismo tiene que poner de su parte, y que si no lo pone, no se salva. Quiere decir, pues, que la salvación es por obras, que la salvación es una obra compartida, que el hombre en alguna medida es su propio salvador, y que podría ser que Cristo muriera en vano si resultara que ningún pecador quisiera colaborar. La cuestión es si las obras y efectos de Cristo en la cruz eran auténticamente lo que las palabras significan, o si sólo hicieron posibles que estas palabras significaran así dependiendo de algo que el hombre adicionara.
Negar la eficacia real de la obra redentora de Cristo en sí misma lleva a resultados desastrosos:
1. No toda la gloria de la salvación de los pecadores es para Dios, porque es el hombre que, mediante su fe, hace que la obra de Cristo le justifique, siendo que no justifica al hombre que no cree, habiendo hecho Cristo a su favor exactamente lo mismo que hizo a favor del creyente.
2. No hay evangelio, porque lo que se le exige al pecador es precisamente lo que este no puede hacer, y aunque lo pudiera hacer, no sería una base adecuada como para asegurar su salvación. Su fe nunca es perfecta. Siempre está mirándose a sí mismo, y al hacerlo, lo que ve, si es honesto, es pecado y no justicia. Necesariamente desaparecen de la experiencia del pecador, en un sentido pleno, las declaraciones como Ro. 8:31-34, Ef. 1, o Ap. 5:8,9. Recordemos que la fe es don de Dios, no es de nosotros, para que nadie se gloríe.
Decir que Cristo murió por todos es diluir la eficacia de su obra y negar su naturaleza como rescate, etc. Definitivamente, o limitamos el alcance de la redención a los escogidos de Dios, o si no, limitamos su eficacia, y la volvemos vacía.
Recomiendo la lectura del libro EL PRÍNCIPE OLVIDADO, de C. H. Spurgeon, las páginas 82 a la 88. Ojalá lea todo el libro para coger mejor el hilo. Hágase el favor, porque sólo siguiendo la doctrina bíblica que sostenía el príncipe de los predicadores del siglo 19, podemos gozar de evangelio que en verdad merece el nombre.
Entendamos, ojalá, que el asunto que estamos tratando, la naturaleza de la obra de Cristo, no es un asunto de poca importancia. No es cuestión de pelea de teólogos y sin importancia para la gente común. Porque inducir al hombre a confiar en sí mismo, aunque sea en sentido mínimo, es inducirlo a la idolatría, es robar a Dios su gloria, es reducir, si no abolir, el evangelio, es el error de los Gálatas, y nos hace recordar la advertencia con que Pablo comenzó aquella carta. Es encaminarnos hacia el liberalismo, hacia las supersticiones, las técnicas o sacramentos diseñados para conseguir mediante actuación humana lo que Cristo supuestamente no logró completamente mediante su obra redentora, aquella obra cuyos beneficios Dios, por causa de la obra de Cristo, nos da de gracia.
Cuando alguno dice que Cristo murió por todos, está diciendo que le corresponde al hombre confiar en lo que él mismo hace, porque si no hace algo él mismo, la obra de Cristo resulta ineficaz. En resumen, tenemos que concluir que la enseñanza que dice que Cristo murió de igual manera por todos los seres humanos es la raíz de todos los demás errores. En lugar de ser la doctrina de la redención limitada un grave error o un asunto sin importancia, es, ni más ni menos, el evangelio mismo.
Y la fe, ¿qué? Sigamos pensando el tema, pero piénselo a la luz de todo lo dicho hasta ahora. No podemos echar a la basura todo el peso de la explicación bíblica sobre la naturaleza de la redención con esta sola pregunta, ¿verdad?
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