“Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes.” Daniel 6:10 (Foto: t-bet/Flickr)
Comunión a la distancia
Daniel se encontraba en el exilio, muy lejos de lo que alguna vez fue el templo en torno al cual se congregaban como pueblo a adorar al Señor; se encontraba rodeado además por enemigos que buscaban a toda costa poder juzgarlo por razón de su fe, sin embargo, bajo este riesgo, Daniel decidió abrir sus ventanas en dirección a Jerusalén y oraba, y daba gracias delante de su Dios, tal cual como lo hacía antes.
Hoy estamos en Cuarentena, anhelando y mirando muchos con nostalgia el tiempo en que libremente podíamos reunirnos como congregación a alabar al Señor, en común unión con todos aquellos hermanos amados por el Señor. Muchos de nosotros estaremos meditando tal vez en las oportunidades en las que no valoramos ciertamente ese privilegio que teníamos. Hoy estamos rodeados por un enemigo que puede estar celebrando el hecho de que no podamos reunirnos como solíamos hacerlo (y no me estoy refiriendo a la epidemia).
A pesar de tantas vicisitudes, hoy podemos estar en nuestra casa, y abrir las ventanas de nuestro corazón, ya no en dirección a Jerusalén, sino en dirección a nuestro tabernáculo que es Cristo, orando, dando gracias y rogando delante de nuestro Dios como lo solíamos hacer antes para testimonio al mundo, y testimonio al enemigo de que nuestro Dios reina y su iglesia permanecerá en vida y aún más allá de la muerte porque “…él es el Dios viviente que permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin.” Daniel 6:26
Hoy anhelamos poder volver a congregarnos como iglesia en esta tierra, pero aún más debemos anhelar poder congregarnos pronto y por siempre en la Jerusalén celestial.
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