“He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.” Daniel 3:17-18 (Foto: Robyn Jay/flickr)
Los jóvenes amigos de Daniel se encontraban a punto de ser echados a un horno de fuego ardiendo, por causa de su fidelidad al Dios verdadero. Recordemos que hasta ese momento tenían una alta posición social y económica, pues habían sido encargados por el mismo rey, de administrar los negocios de toda la provincia de Babilonia. Pero además de esto, seamos conscientes de que estos jóvenes eran seres humanos comunes y corrientes, como tú o como yo, con sueños y proyectos hacia el futuro; sin embargo, míralos allí estaban, resistiendo a la orden de adorar al rey Nabucodonosor, sabiendo de antemano lo que esto les implicaría.
La respuesta de estos jóvenes, expresada en Daniel 3:17-18 no nos deja ninguna duda de su integridad como creyentes, quienes con tal de mantenerse fieles al Señor, no les resultó en tropiezo ni su juventud, ni su posición social, ni sus posesiones, ni sus sueños, ni aún la posibilidad de morir, pues ellos eran conscientes de que no estaba garantizado que pudieran salir librados de aquel horno que a esa hora Nabucodonosor ya había ordenado calentar siete veces más de lo acostumbrado y en el que se disponía a introducirlos atados con sus mismas ropas de pies a cabeza. Estos jóvenes no estaban dispuestos a negociar su fe, y nada los estorbaría en esa determinación.
Al final de este precioso pasaje, vemos cómo dentro del fuego terrenal de aquel horno, un “hijo de los dioses” libró los cuerpos de estos jóvenes de ser quemados por las llamas, para el asombro de Nabucodonosor y de todo el mundo a su alrededor. Es maravilloso evidenciar que estos jóvenes, desde antes de entrar al horno, con valor enfrentaron la muerte: no porque fuesen temerarios o imprudentes, sino por cuanto estaban seguros de que su alma ya había sido librada para siempre del fuego eterno del infierno gracias a ese mismo “hijo de los dioses” que vendría años después a dar la vida por ellos: Jesucristo.
Les invito a tener nuestros ojos muy abiertos en este difícil tiempo, para que en medio de la extrema presión y tentación que podamos estar experimentando, tengamos esta misma integridad, pasión, confianza y convicción que Dios concedió a los amigos de Daniel por medio de su Espíritu Santo, para que podamos valorar todo desde una santa perspectiva, sabiendo que el mismo Cristo de los amigos de Daniel, es nuestro Cristo también, el cual ya vino y reina en gloria, por los siglos de los siglos.
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