“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera;” 2 Corintios 12:7 (Foto: Bill Higham/Flickr)
Creo que es difícil reconocer en la historia humana reciente una situación que llegue a aguijonear más la carne de toda persona viviente que esta pandemia, COVID 19, como consecuencia de la cual creyentes e incrédulos hemos sufrido de uno u otro modo esta inmensa bofetada; aunque creyentes e incrédulos vivan en el mismo mundo, sumido en esta angustiosa crisis, la verdad es que los dos grupos la experimentan diferente.
El mundo, cuya única porción es esta tierra, durante la vida, buscará a toda costa aferrarse a estas cosas, porque dentro de sus tiempos de honestidad espiritual cada impío es capaz de admitir que el mundo en crisis es el máximo bien que recibirá su alma eterna, para quien después de esta vida solo le espera el juicio inextinguible de Dios, el cual será indescriptiblemente peor que mil pandemias juntas.
Pero para el creyente, esta misma bofetada, este doloroso aguijón en nuestra carne, no es para juicio, sino para bien (si, para bien), por cuanto es el método escogido por Dios para purificar durante este tiempo a su amada iglesia, a aquella novia que un día le será presentada sin mancha en el día señalado. Tal vez hayamos podido ver por medio de este aguijón, con asombro, la evaporación de nuestros ídolos y también ver nuestra propia fragilidad, tal vez hayamos podido ver los privilegios (hoy perdidos) a los que nos habíamos acostumbrado y por los cuales ya ni siquiera dábamos gracias a Dios; seguramente hayamos buscado restaurar al agraviado, seguramente hayamos podido evangelizarnos más a nosotros mismos y todo gracias a esta difícil situación.
Y aunque no debemos cesar de rogar con humildad a nuestro Dios que por favor aparte de nosotros este aguijón, tampoco debemos olvidar que el Señor siempre nos ha dicho: “…Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad…” (2 Cor. 12:9). Así pues, con fe y no por resignación, gocémonos en nuestras debilidades, para que repose sobre nosotros su infinito poder (2 Cor. 12:10), y en su gracia estemos siempre satisfechos, pues este temporal sobre nosotros en nada será comparable con la gloria venidera que en el pueblo de Dios habrá un día de manifestarse.
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