“Entonces se levantó Jonatán hijo de Saúl y vino a David a Hores, y fortaleció su mano en Dios.” 1 Samuel 23:16 (Foto:Pascal Böhme/Flickr)
Con respecto a las relaciones de amistad humana registradas en la Biblia, la de Jonatán y David es tal vez una de las más asombrosas y leales. Así lo podemos ver desde el mismo momento en que ambos se conocieron: “E hicieron pacto Jonatán y David, porque él le amaba como a sí mismo.” (1 Samuel 18:3)
Esta fuerte amistad los llevaría a apoyarse hombro a hombro en duras batallas y persecuciones, pues incluso Saúl, padre de Jonatán, empezó en un punto de su reinado a desear a toda costa la muerte de David por la envidia que le despertaba, situación en la cual Jonatán intervino muchas veces para proteger la vida de su amado amigo. Y es en este contexto de persecución, que vemos desarrollarse el versículo en el que hoy estaremos meditando, pues en aquella ocasión David se encontraba refugiado en el desierto de Zif, mientras “lo buscaba Saúl todos los días,” (1 Samuel 23:14b).
No debía ser una situación fácil para David. Imagínalo. Sin duda estar escondido en un desierto sabiendo que un enemigo mortal e incansable se encuentra al acecho es un panorama que en definitiva puede llegar a poner a prueba a la fe de cualquiera ¿No lo crees?
Pero, en medio de aquel contexto poco alentador, aparece Jonatán, no para ayudar a David a escapar de Saúl, no para llevarle armas o un ejército de hombres. Jonatán viajó un poco más de 40 kilómetros (con todas las dificultades que en aquel momento implicaba un viaje de esa magnitud), desde su casa al desierto, ida y vuelta, con un objetivo: animar a David a que permaneciera firme en su fe en Dios.
Nosotros hoy estamos pasando por un tiempo difícil, pero a la vez estamos pasando por un tiempo muy fértil para aprender de este ejemplo que el Señor nos deja por medio de Jonatán, por cuánto es labor tuya y mía tener la iniciativa de animar a otros en el Señor, para levantar las manos caídas y las rodillas paralizadas (Hebreos 12:12), y para llevar palabras de fe al cansado (Isaías 50:4). Por la misericordia de Dios ya no debemos viajar tantos kilómetros áridos, porque contamos con una infinidad de medios de comunicación instantáneos para hacerlo.
Así pues, como vemos en el ejemplo de Jonatán, no hay un límite cuando la amistad y el amor nos mueven a servir espiritualmente a otros, porque el único límite para ello es este que nos enseñó el Señor Jesús diciendo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida... por sus amigos.” (Juan 15:13).
- ♦ -