“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” Isaías 1:18 (Foto: lunamom58/Flickr)
Muchas personas hoy, deciden no venir a Cristo porque al evaluarse a sí mismos en comparación con otros, consideran que sus pecados pasados son demasiado graves o escandalosos para pensar en tener la oportunidad de perdón de Dios: así, estas personas, al verse perseguidas por la culpa de sus pecados pasados y por la desesperanza que les produce pensar que son imperdonables, terminan siendo presa fácil de la tristeza, del aislamiento, del remordimiento, de la vergüenza, para terminar además, en muchas ocasiones, optando por cavar aún más hondo en su pecado con el objetivo de acallar, de un modo desesperado pero infructuoso, la consciencia que les acusa.
Si nos detenemos a analizar este tipo de pensamiento, entenderemos al menos dos cosas. La primera es que esta clase de persona cree que la Salvación es algo que se puede llegar a merecer... algo que solo pueden comprar algunas personas que no son “tan malas” como ella. La segunda es que podemos deducir que esta persona cree, es que aunque la sangre de Cristo es efectivamente capaz de perdonar algunos pecados, ella no resulta ser lo suficientemente poderosa para pagar todos los pecados, por lo cual los más graves no tienen ninguna oportunidad de perdón ni esperanza de restauración; sin embargo, ambas creencias radican en una comprensión distorsionada del evangelio, que por supuesto, es capaz de traer angustia a cualquier corazón necesitado.
En primer lugar, el Señor Jesús dice en Su Palabra: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” (Lucas 5:32). Cristo ha venido a salvar a aquellos que se sienten abrumados en lo más profundo de su corazón por causa de su propio pecado, y no a aquellos que sienten su consciencia limpia mientras pecan.
En segundo lugar, la Salvación es completamente gratuita, por lo que es imposible creer que puede ser comprada solo por las personas aparentemente más buenas. Por esta razón leemos en Romanos 3:24 que por la misericordia de Dios somos “…justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,”.
Y en tercer y último lugar, la sangre de Cristo cubre todos y no solo algunos de los pecados, pues para Dios la clasificación de pecados grandes y pequeños no existe; todos son graves delante de Él, y para todos ellos, el sacrificio de Cristo es perfectamente suficiente. Dice Miqueas 7:19: “El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.”, y en este versículo la palabra “todos” significa literalmente “todos”.
Si todo lo anterior describe tu caso particular, debes saber que no es razón para detenerte en tu camino hacia Cristo el simple hecho de decir “no soy digno del perdón de Dios”, pues aunque en verdad no lo eres (como nadie en el mundo lo será el hecho de estancarte tan solo allí, insistiendo en ello, sin ir más allá, no solo manifiesta que no has entendido el evangelio para entonces poder creerlo, sino que además está dejando en evidencia tu elevado orgullo, pues es pretensioso considerar que tu perdón es más costoso y exigente que el perdón que Dios ofrece por medio de la muerte de su amado Hijo en la cruz.
Por todo lo anterior, no importa que tan grave consideres que es tu propio pecado, ni que tan grave consideren las demás personas que tu pecado es, nunca estás tan lejos de Dios para no acercarte, y nunca estás tan cerca como para no seguirte acercando ¡Hay esperanza para ti! Trae tus pecados, así como son, rojos como el carmesí, y ponlos allí delante de Dios y cree en Cristo como tu único y suficiente Salvador, para que vengan a ser todos ellos como blanca lana y puedas experimentar el inmenso gozo de saberte eternamente reconciliado con Dios.
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