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Jonás en aislamiento

Foto de un escultura metalíca de un gran pez, con una figura humana al interior, en actitud de oración.

Pero Jehová tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches.” Jonás 1:17 (Foto: wiki commons)

 

El profeta Jonás se había negado a la orden de Dios de predicar Su Palabra a los pobladores de un pecaminoso lugar llamado Nínive; para esquivarlo, Jonás tomó un barco buscando huir lo más lejos que pudiese de la presencia del Señor. Como nadie puede escapar jamás de Dios, y como su voluntad siempre se cumple, el Señor levantó una gran tempestad que obligó a la tripulación a echar al mar al rebelde profeta, con lo que de inmediato, se calmó la tormenta.

Allí estaba el rebelde Jonás, en medio del mar, en la mitad de la nada, sin ninguna probabilidad de sobrevivir. Pero Dios, en su infinita misericordia “...tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre de este tres días y tres noches.” (Jonás 1:17) ¿Puedes imaginar lo dramático que esto fue? Espero que sí, porque por lo general tenemos una imagen muy romántica de Jonás, muy cómodo dentro de una ballena, pero la verdad es que esto fue algo horroroso para Jonás, a tal punto que el profeta creyó que finalmente había llegado la hora de su muerte.

A pesar de todo esto, aquel encierro dentro del vientre del pez fue el lugar escogido por Dios para que el profeta recapacitara y se acercara al Señor, en medio de lo cual el profeta arrepentido de su actitud oró, entre otras cosas, lo siguiente:

Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová,
Y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo.
Los que siguen vanidades ilusorias,
Su misericordia abandonan, Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios;
Pagaré lo que prometí.
La salvación es de Jehová.” (Jonás 2:7-9)

y en ese mismo instante, por orden de Dios, el pez vomitó a Jonás, sano y salvo, en tierra. Entonces el profeta, puesto en pie y ya libre de todo aislamiento, fue a Nínive, en obediencia a la orden que Dios desde un principio le había dado, y predicó allí la Palabra de Dios, diligentemente.

A nosotros hace tres meses nos tragó un pez preparado por Dios y hoy estamos refugiados en el vientre de nuestro hogar temiendo tal vez por muchas cosas pertenecientes a esta vida, experimentando de un modo u otro las palabras de Jonás quien desde el interior del pez decía:

Las aguas me rodearon hasta el alma,
Rodeóme el abismo;
El alga se enredó a mi cabeza.” (Jonás 2:5).

Así como el pez fue el lugar escogido por Dios para que Jonás se acercara más a Él y se arrepintiera de su pecado, debemos evaluar si esta cuarentena es el pez que Dios escogió para nosotros con esos mismos propósitos, y si así lo es, entonces, al igual que Jonás, nunca abandonemos la misericordia de Dios y recordemos siempre, que dondequiera que estemos Él nos escucha, y que la Salvación es del Señor.

No sabemos cuándo el pez nos vomitará a tierra firme en libertad, o si ese momento nunca llegará, pero si llega a hacerlo, que sea entonces para lanzarnos decididamente a obedecer con toda pasión y perseverancia todas aquellas instrucciones que Dios desde hace tiempo nos ha ordenado y a las cuales muy seguramente, como Jonás, le pusimos resistencia cuando tuvimos oportunidad de haberlas hecho mientras estábamos en libertad. Y mientras tanto, lo que podamos obedecer dentro del pez, empecemos a hacerlo de una buena vez, pues aunque el mundo está en incierta pausa, la vida espiritual nunca descansa.

Al final de cuentas, independientemente de que la libertad llegue o no, y que la crisis se agudice cada día más o que se aplaque, no olvidemos nunca que así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, nuestro glorioso Señor Jesús, luego del tercer día de haber sido sepultado en el vientre de la tierra, resucitó de entre los muertos para darnos, una herencia en los cielos que nadie nunca podrá quitarnos.

 

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