"Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre." Hechos 10:25-26 (Foto: pixabay)
El trabajo de predicar, enseñar o incluso de escribir estas pequeñas reflexiones implica meditar en la palabra de Dios y ser auto-exhortado en lo más profundo del corazón por medio de dichas meditaciones antes de hacerlas públicas, pues el hecho de predicar una verdad no significa necesariamente que ya la estemos viviendo a plenitud, sino que más bien lo que predicamos resulta ser aquello que constantemente anhelamos para el bien nuestro y de la iglesia, y por lo cual luchamos en las fuerzas del Espíritu, con el fin de hacer realidad esas verdades en nuestra vida, diariamente, de una mejor manera, para la gloria de Dios.
En relación con esto C. S. Lewis decía: “Aquellos como yo, cuya imaginación excede en mucho a su obediencia, están expuestos a un justo castigo; imaginamos fácilmente condiciones mucho más altas que las que jamás hemos alcanzado. Si describimos lo que hemos imaginado podemos hacer creer a otros, y a nosotros mismos, que realmente hemos estado allí”, y en ese aspecto es que debemos ser conscientes del carácter humano de todos aquellos creyentes de quienes aprendemos, porque ellos están obligados delante de Dios a predicar la verdad con fidelidad, sin olvidar que no estén luchando por alcanzarla... Ellos mismos, también son hombres.
Por esta razón Pedro no podía aceptar la adoración de Cornelio, porque, a pesar de toda la autoridad que Dios le había delegado, el apóstol era consciente de que él era tan solo un ser humano, con las mismas luchas y limitaciones de cualquier otro cristiano, y aquí hay algo importante de analizar: Ser honesto acerca de cuánto nos falta para alcanzar la medida de lo que predicamos, no nos hace hipócritas, nos hace cristianos realistas, porque la medida plena de la verdad solo la alcanzaremos hasta cuando Cristo vuelva por nosotros. Hipócrita no es entonces un siervo que consuela y anima a otros en su caminar a medida que les permite ver que también tiene luchas y debilidades, sino que hipócrita es aquel líder que, buscando ser alabado por los suyos, “ata cargas pesadas y difíciles de llevar, y las pone sobre los hombros de los hombres; pero él ni con un dedo quiere moverlas.” (Mateo 23:4) aunque aparenta, e insiste en atribuirse, una obediencia intachable.
Por tanto, tengamos una sana perspectiva acerca de nuestros líderes, y mientras su predicación sea fiel a la Palabra Divina, démosle la honra que merecen y aún esforcémonos por imitar sus conductas piadosas, pero no dejemos de orar por ellos, pues como hombres que son, están sujetos a nuestras mismas debilidades. Además, si en algún momento, alguno que predica la verdad, llegase a caer, como ocurrió en el caso del rey David, por ejemplo, tengamos en cuenta que en tal situación, el que falló fue David más no la Verdad que David predicaba.
En conclusión, evangelicemos con fidelidad, no temamos hablar con la verdad aun cuando seamos conscientes de cuánto nos falta por alcanzarla, pues finalmente lo que predicamos es gracia, no obras; en ese camino, tengamos cuidado de tampoco irnos al extremo de llegar a justificar nuestra falta de diligencia espiritual, en el hecho de decir que “tan solo somos humanos.”
Por último, los que escribimos, los que enseñamos, los que evangelizamos, los que creemos en Cristo, es decir, todos nosotros como Iglesia, somos nuevas criaturas que luchan, santas y salvas, pero no somos dioses, y por tanto, no merecemos la adoración de nadie, porque solo existe uno que merece ser adorado, y ese es únicamente Jesucristo.