"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" 2 Corintios 5:17 (Foto: Boston Public Library/Flickr)
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original en inglés en: http://www.thebibleistheotherside.org/message8.htm
Un Cambio Radical
Charles Spurgeon (1834-1892)
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
El tema de mi disertación será como sigue: según nuestro texto y muchos otros pasajes, es necesario un gran cambio en todo aquel que ha de ser salvo... y este cambio se reconoce por señales inequívocas.
Para obtener salvación es necesario un cambio radical. Este cambio es total y radical y sucede en la naturaleza, el corazón y la vida del converso. La naturaleza humana es la misma en todos los tiempos, y sería inútil tratar de tergiversar las citas bíblicas diciendo que se refieren a los judíos o a los paganos, porque si empezáramos a hacerlo ya no nos quedaría nada de la Biblia. La Biblia es para la humanidad, y nuestro texto se refiere a cualquiera, de cualquier país y de cualquier edad: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
Damos prueba de este punto recordándoles primero que, en las Escrituras, los hombres están divididos en dos clases, con una línea divisoria muy marcada entre ellas. Lean los Evangelios, y encontrarán que continuamente se hace mención de ovejas perdidas y ovejas encontradas, invitados rechazando la invitación e invitados disfrutando a la mesa, las vírgenes sabias y las necias, las ovejas y los cabritos. En las epístolas leemos de aquellos que están “muertos en [sus] delitos y pecados” (Efesios 2:1), y de otros a quienes se les dice: “Y él os dio vida a vosotros” (Efesios 2:1); de modo que algunos están vivos para Dios y otros están en su estado natural de muerte espiritual. Encontramos hombres de los cuales se dice que están en las tinieblas o en la luz, y vemos la frase que se refiere a ser llamado “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). De algunos se dice que antes eran extranjeros y extraños que han sido hechos ciudadanos y hermanos. Leemos de “hijos de Dios” en oposición a “hijos de ira”. Leemos de los que se han “descarriado” y los que han “vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pedro 2:25). Leemos de los que “viven según la carne” y “no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8), y los que son escogidos y llamados y justificados, y a quienes todo el universo es retado a censurar. El Apóstol habla de “los que se salvan” (1 Corintios 1:18), como si hubiera algunos salvos mientras que “la ira de Dios está en otros” (Juan 3:36). Los “enemigos” son continuamente colocados en contraste con aquellos que han sido “reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos 5:10). Están aquellos que eran “extraños y enemigos..., haciendo malas obras” (Efesios 2:12; Colosenses 1:21), y aquellos que “han sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13). Yo podría seguir con esto hasta el cansancio. La distinción entre las dos clases se encuentra en las Escrituras de principio a fin, y nunca se encuentra ni siquiera una insinuación de que algunos son naturalmente buenos y no necesitan ser removidos de una clase y puestos en la otra, y no hay nadie entremedio de ambas que se pueden dar el lujo de quedarse como están. No, tiene que haber una obra divina, que nos hace nuevas criaturas y que causa que todas las cosas sean hechas nuevas en nosotros; de otra manera moriremos en nuestros pecados.
La Palabra de Dios, además de describir continuamente las dos clases, muy a menudo y con expresiones fuertes habla del cambio interior por el cual los hombres son traídos de un estado al otro. Espero no cansarlos si les cito una considerable cantidad de pasajes, pero lo mejor es ir de una vez a la fuente.
Este cambio es descrito muchas veces como un nacimiento. Vea el capítulo tres del Evangelio de Juan, que es maravillosamente claro y directo en este punto: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Este nacimiento no es un nacimiento por bautismo, pues dice que va acompañado de una fe inteligente que recibe al Señor Jesús. Vea Juan 1:12-13: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. De modo que los creyentes son “nacidos de nuevo” y reciben a Cristo por fe: una regeneración impartida en la infancia y que permanece latente en los no creyentes es una ficción desconocida en las Sagradas Escrituras. En el tercer capítulo de Juan, nuestro Señor asocia la fe y la regeneración del modo más íntimo, declarando no solo que tenemos que nacer de nuevo, sino también que todo aquel que cree en él no perecerá, mas tendrá vida eterna.Tenemos que sufrir un cambio tan grande como si volviéramos a nuestra inexistencia original y pudiéramos entonces surgir como nuevos de la mano del Gran Creador. Juan nos dice en su primera epístola, 1 Juan 5:4, que “todo lo que es nacido de Dios vence al mundo” y agrega, para mostrar que el nuevo nacimiento y la fe van juntos: “esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. El mismo propósito tiene 1 Juan 5:1: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”. Donde hay una fe auténtica, hay un nuevo nacimiento; y ese término implica un cambio sin medida, completo y radical.
En otros lugares este cambio se describe como dar vida.“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1). Dice la Biblia que somos resucitados de los muertos juntamente con Cristo, y esto se describe como una demostración muy maravillosa de omnipotencia. Leemos de la “grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Efesios 1:19, 20). La regeneración es un prodigio de la fuerza divina, y de ninguna manera un mero producto de la fantasía para acompañar las ceremonias religiosas.
Encontramos que a menudo se describe como una creación, como por ejemplo en el versículo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es”. Y esto tampoco es una mera formalidad o parte de un rito, porque leemos en Gálatas 6:15: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación”. Ningún rito externo, aunque sea ordenado por Dios mismo, efectúa un cambio en el corazón del hombre. Tiene que suceder que la mano divina vuelva a crear toda la naturaleza; tenemos que ser “creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:10), y tenemos que tener en nosotros al “nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). ¡Qué cambio maravilloso tiene que ser el que primero se describe como un nacimiento, luego como una resurrección de entre los muertos y luego como una creación absoluta!
Pablo, en Colosenses 1:13 habla también de Dios el Padre y dice: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”. Juan lo llama un pasar “de muerte a vida” (1 Juan 3:14), sin duda pensando en la siguiente declaración de su Señor y Maestro: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
Además, como para ir al extremo de expresar algo contundentemente, Pedro habla de nuestra conversión y regeneración como un “renacer”. Consideren el pasaje: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pedro 1:3)...
Mis queridos amigos, ¿pueden concebir un lenguaje más claramente descriptivo de un cambio tan serio? Si es posible expresar con la lengua humana un cambio que es total, cabal, completo y divino, estas palabras lo expresan; y si semejante cambio no es lo que tiene la intención de expresar el lenguaje usado por el Espíritu Santo, entonces me sería imposible encontrarle ningún sentido a la Biblia, ya que las palabras más bien serían para confundir que para instruir, lo cual Dios nos libre de creer. Mi reto es para ustedes los que tratan de contentarse sin la regeneración y conversión. Les ruego que no se conformen, porque nunca podrán estar en Cristo a menos que las cosas viejas pasen para ustedes, y todas las cosas sean hechas nuevas.
Además, las Escrituras hablan de esta gran obra interior diciendo que produce un cambio muy maravilloso en el sujeto en el que obra. Regeneración y conversión, el uno, la causa secreta, y el otro, el efecto manifiesto, producen un cambio grande en el carácter. Lean Romanos 6:17: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados”. También el versículo 22: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. Fíjense bien en la descripción que el Apóstol da en Colosenses 3:9, 10, cuando, habiendo descrito la vieja naturaleza y sus pecados, dice: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo”. El Libro está repleto de textos que lo prueban. El cambio de carácter del convertido es tan grande que: “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24).
Y así como hay un cambio en el carácter, lo hay también en los sentimientos. El hombre habiendo sido anteriormente enemigo de Dios, cuando ocurre este cambio, comienza a amar a Dios. Lean Colosenses 1:21,22: “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él”.
El cambio de enemistad a amistad con Dios surge mucho de un cambio del estado judicial del hombre ante Dios. Antes de que el hombre se convierta está condenado, pero cuando recibe vida espiritual, leemos: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1). Esto cambia totalmente su condición en lo que respecta a su felicidad interior. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1), paz que antes no teníamos. “Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5:11).
Oh hermanos, la conversión efectúa en nosotros un cambio realmente muy poderoso, de no ser así, ¿qué quiso significar Cristo cuando dijo “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28)? ¿Es que al final de cuentas no nos da descanso? ¿Es el hombre que viene a Jesús tan inquieto y falto de paz como antes? ¡De ninguna manera! ¿No dice Jesús que cuando bebemos del agua que él nos da no volveremos a tener sed? ¡Qué! ¿Nos van a decir que nunca habrá un momento cuando dejemos de tener sed, nunca un tiempo cuando el agua viva se torne en nosotros como una fuente de agua, fluyendo para vida eterna? Nuestra propia experiencia refuta esta sugerencia. ¿Acaso no dice Pablo en Hebreos 4:3, “Pero los que hemos creído entramos en el reposo”? Nuestra condición ante Dios, nuestro tono moral, nuestra naturaleza, nuestro estado de ánimo, por la conversión, pasan a ser totalmente diferentes de lo que eran antes: “Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Pues, amados, en lugar de suponer que nos podemos arreglar sin la conversión, las Escrituras la representan como la gran bendición del pacto de gracia. ¿Qué le dijo el Señor a su siervo Jeremías? “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:33). Pablo cita este pasaje en Hebreos 10:16, no como obsoleto, sino, como cumplido por los creyentes. ¿Y qué le dijo el Señor a Ezequiel? Presten a atención a este pasaje lleno de gracia, y vean qué bendición grandiosa es la conversión: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26,27). ¿No es por esta bendición del evangelio por la que cumplimos todo lo demás? ¿No es esta la gran obra del Espíritu Santo por la cual conocemos al Padre y al Hijo?...
¿Saben ustedes algo de esto? Espero que muchos de ustedes lo hayan experimentado y lo estén demostrando con sus vidas, pero me temo que algunos lo desconocen. Que los que son inconversos no descansen nunca hasta que crean en Cristo y tengan un corazón nuevo y se les haya otorgado un espíritu recto. Sepan bien en sus corazones que debe sobrevenirles un cambio que no pueden obrar ustedes mismos, sino que tiene que ser obrado por el poder divino. Existe esto para nuestro consuelo: Jesucristo ha prometido esta bendición a todos los que lo reciben, porque les da el poder de ser hijos de Dios.
Este cambio se puede reconocer por cieras señales. Algunos suponen que en el momento que el hombre se convierte, se cree perfecto. No es así entre nosotros. Otros piensan que el hombre convertido debe estar, desde ese momento, libre de toda duda. Ojalá fuera así. Lamentablemente, aunque hay fe en nosotros, existe también la incredulidad. Algunos sueñan que el convertido ya no tiene nada que buscar, pero no es eso lo que enseñamos; el hombre vivo para Dios tiene más necesidades que nunca. La conversión es el comienzo de una vida entera de conflictos; es el primer golpe en una batalla que nunca terminará hasta que estemos en la gloria.
A cada caso de conversión le siguen las siguientes señales: siempre hay un sentimiento de pecado. Pueden estar seguros de que nadie encontró paz con Dios sin primero arrepentirse del pecado y saberlo una cosa impía. Los horrores que algunos han sentido no son esenciales, pero una confesión completa de pecado ante Dios y un reconocimiento de nuestra culpabilidad es totalmente esencial. “Los sanos no tienen necesidad de médico”, dice Cristo, “sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2:17). Dios no sana a los que no están enfermos. Nunca viste a los que no están desnudos ni enriquece a los que no son pobres. La verdadera conversión siempre incluye el sentimiento humilde de la necesidad de la gracia divina.
Siempre va acompañada de una fe sencilla, auténtica y real en Jesucristo. De hecho, esa es la propia marca del Rey: sin ella, nada es de ningún valor. “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:14-15), Y ese pasaje se pone lado a lado con “es necesario nacer de nuevo” en el mismo discurso, por el mismo Salvador, al mismo interlocutor. Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que la fe es la marca del nuevo nacimiento; y donde ella está, allí el Espíritu ha cambiado el corazón del hombre; pero donde no está, los hombres siguen “muertos en [sus] delitos y pecados”.
Luego, la conversión se reconoce por este hecho: que cambia al hombre total. Cambia el principio según el cual vive; vivía para sí, ahora vive para Dios. Hacía lo bueno porque temía el castigo si hacía lo malo, pero ahora desprecia lo malo porque lo aborrece. Hacía lo bueno porque esperaba merecer el cielo, pero ahora no lo mueve un motivo tan egoísta, sabe que es salvo, y hace lo bueno por gratitud a Dios. Sus objetivos en la vida han cambiado; vivía para obtener ganancias u honor humano, ahora vive para la gloria de Dios. Lo que antes constituía su bienestar ha cambiado; los placeres del mundo y el pecado no significan nada para él, encuentra bienestar en el amor de Dios derramado en su corazón por el Espíritu Santo. Sus deseos han cambiado; aquello que antes anhelaba y por lo cual suspiraba, ahora ya no le interesa; y aquello que antes despreciaba, ahora anhela como el ciervo brama por las corrientes de las aguas. Sus temores son diferentes; ya no teme al hombre, sino que teme a su Dios. Sus esperanzas también han cambiado; sus expectativas son superiores.
El hombre ha iniciado una vida nueva. Un converso dijo en cierta ocasión: “O el mundo ha cambiado o he cambiado yo”. Todo parece nuevo. Aun los rostros de nuestros hijos nos parecen diferentes, porque los vemos de manera diferente: como herederos de inmortalidad. Vemos a nuestros amigos desde un punto de vista diferente. Aun nuestros quehaceres parecen diferentes. Hasta el esposo se levanta por la mañana con un espíritu diferente, y los hijos son puestos a la cama por la madre con un estado de ánimo diferente. Aprendemos a santificar el martillo y el arado por medio de servir al Señor con ellos. Sentimos que las cosas que son vistas son sombras y las cosas que oímos no son más que voces del país de los sueños, pero lo no visto es sustancial, y aquello que oído mortal no oye es la verdad. La fe se ha convertido para nosotros en “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
Podría seguir hablando de esto, pero nadie lo entendería excepto los que lo han experimentado, y los que no lo han experimentado no digan que no es cierto. ¿Cómo lo saben? ¿Cómo puede alguien ser testigo de lo que no ha visto? ¿De qué valor es el testimonio de alguien que empieza diciendo: “No sé nada acerca de esto”? Si un testigo digno de creer declara que tal cosa ha sucedido, es fácil encontrar a cincuenta que dicen que no lo vieron; la evidencia de ellos no tiene ningún valor... Espero que sepamos qué es este cambio; si lo sabemos, espero entonces que vivamos de modo que otros puedan ver su resultado en nuestro carácter y pregunten qué significa.
Los fenómenos de la conversión son los milagros constantes de la iglesia.“Y aun mayores [obras] hará”, dijo Cristo, “porque yo voy al Padre” (Juan 14:12), y estas son algunas de las cosas más grandes que el poder del Espíritu Santo aún realiza. En este día los muertos son levantados, los ojos ciegos son abiertos y los cojos caminan. El milagro espiritual es mayor que el físico. Estos milagros espirituales demuestran que Jesús vive y da vida y poder al evangelio. Muéstrenme un ministerio que nunca reivindica al alcohólico, nunca llama al ladrón a ser honesto, nunca humilla al hipócrita y le hace confesar su pecado; uno que, en suma, nunca transforma a sus oyentes; y puedo asegurarles que tal ministerio no vale el tiempo que los hombres pasan escuchándolo. Ay del hombre que al final confesará un ministerio sin el fruto de las conversiones. Si el evangelio no convierte a los hombres, no lo crean; pero si sí lo hace, esto ya es su propia evidencia y debe ser creído. A algunos de ustedes les puede parecer piedra de tropiezo y a otros, locura; pero a los que creen, es el poder de Dios para salvación, salvándolos del pecado.
De un sermón predicado el Día del Señor por la mañana, el 19 de julio, 1874, por C. H. Spurgeon en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.