¿Es toda predicación en vano o inútil para los elegidos?
Primero, dices: "si esto es así [esto es, si existe la elección], entonces toda predicación es vana. No es necesaria para aquellos que son elegidos; porque ellos, sea con predicación o sin ella, serán salvos de manera infalible. Por lo tanto, el fin de la predicación de salvar almas, no tiene sentido para ellos; y esta es inútil para los que no son elegidos, porque ellos no pueden ser salvos...
Versión completa en pdf (12 páginas)
1. ¿Es toda predicación en vano o inútil para los elegidos?
En primer lugar, dices: “si esto es así [esto es, si existe la elección], entonces toda predicación es vana. No es necesaria para aquellos que son elegidos; porque ellos, sea con predicación o sin ella, serán salvos de manera infalible. Por lo tanto, el fin de la predicación de salvar almas, no tiene sentido para ellos; y esta es inútil para los que no son elegidos, porque ellos no pueden ser salvos; ellos, sea con predicación o sin ella, infaliblemente serán condenados. El fin de la predicación es por tanto anulado con respecto a ellos. De manera que, en cualquier caso, nuestra predicación es en vano, y el escuchar de ustedes también es en vano” (página 10, párrafo 9).
Oh, querido señor, ¡qué clase de razonamiento, o más bien sofisma, es este! ¿No ha sido Dios, quien ha designado la salvación para cierto número, quien también ha designado a la predicación de la Palabra como el medio para traerlos a esta? ¿Será que hay quien crea en la elección en cualquier otro sentido? Y si fuera así, ¿cómo es la predicación innecesaria para los que han sido elegidos, cuando el evangelio es designado por Dios mismo para ser el poder de Dios para su salvación eterna? Y dado que no sabemos quién es elegido y quién reprobado, debemos predicar indiscriminadamente a todos. Porque la Palabra puede ser útil, incluso a los no elegidos, al refrenarles de mucha más maldad y pecado. Sin embargo, es razón suficiente para estimular a la máxima diligencia en la predicación y la escucha, cuando consideramos que por este medio, algunos, tantos como el Señor ha ordenado a vida eterna, serán ciertamente vivificados y habilitados para creer. Y quien así haga, especialmente con reverencia y cuidado, ¿no podrá decir más sino que él quizás se encuentre dentro de ese feliz número?
2. ¿Destruye la santidad y las ordenanzas de Dios?
En segundo lugar, dices: “que esto [la doctrina de la elección y de la reprobación] tiende directamente a destruir la santidad, la cual es el fin de todas las ordenanzas de Dios”. Porque, dice el querido y equivocado Sr. Wesley, “quita por completo aquella primera motivación para continuar, que con tanta frecuencia se propone en las Escrituras, también la esperanza de recompensa futura y el temor al castigo, la esperanza del cielo, y el miedo al infierno, etc.”
Yo pensaba que alguien que lleva la perfección a un punto tan elevado como lo hace el querido Sr. Wesley, debería saber que un verdadero amante del Señor Jesucristo luchará por ser santo por el hecho mismo de ser santo, y trabajará para Cristo por amor y gratitud, sin tener que ver con la recompensa del cielo o el temor del infierno. Tú recuerdas, querido señor, que Scougal dice: “El amor es la más poderosa motivación que en verdad los mueve”. Pero pasando esto por alto, y reconociendo que las recompensas y los castigos (que lo son en realidad), pueden ser motivos por los cuales un cristiano puede honestamente desear actuar por Dios, ¿cómo es que la doctrina de la elección destruye estas motivaciones? ¿No saben los elegidos que entre más buenas obras realicen, más recompensas recibirán? Y, ¿no es este estímulo suficiente para causar que perseveren trabajando por Cristo? Y, ¿cómo es que la doctrina de la elección destruye la santidad? Cualquiera que predica otra elección diferente a la que predicó el apóstol, cuando dijo “escogidos... mediante la santificación por el Espíritu...” (2 Tesalonicenses 2:13). Mejor dicho, ¿no es la santidad lograda una marca de nuestra elección para todos aquellos que la predican? Y, ¿cómo entonces puede la doctrina de la elección destruir la santidad?
El ejemplo que traes para ilustrar tu proposición, ciertamente, querido señor, es algo impertinente. Porque dices, “Si un enfermo sabe que inevitablemente se muere o que inevitablemente se recupera, aunque no sabe cuál de los dos, entonces para qué tomar medicamentos”. Querido señor, ¿qué razonamiento absurdo es este? ¿Has estado enfermo en tu vida? Si es así, ¿no es la mera probabilidad de recuperación un estímulo para tomar los medicamentos, aunque sepas que está inalterablemente dispuesto el hecho de que vivas o mueras? Porque, ¿cómo vas a saber si no es esta medicina el medio por el cual Dios te dará la recuperación? Del mismo modo es en la doctrina de la elección. Alguien podría decir, yo sé que está inalterablemente dispuesto que yo sea salvo o condenado, pero como no sé cuál, con seguridad, ¿por qué no luchar, aunque al presente en una forma natural, ya que no sé si este luchar sea el medio por el cual Dios me dará la bendición, para traerme al estado de gracia? Querido señor, considera estas cosas. Haz una aplicación imparcial, y luego juzga cuán poca razón tenías para concluir el décimo párrafo, página 12, con estas palabras: “Así directamente esta doctrina se ocupa de cerrar la puerta misma de la santidad en general, para impedir a los impíos cualquier acercamiento a la misma, o de esforzarse por entrar en ella”.
“Tan directamente”, dices, “esta doctrina se ocupa de destruir varias ramas particulares de la santidad, tales como la mansedumbre, el amor, etc.” Diré poco, querido señor, en respuesta a este párrafo. ¿Quizás el querido señor Wesley ha estado disputando con algún hombre irritable y estrecho de espíritu que abraza la elección, y entonces infiere que su efusión y estrechez se debían a sus principios? Pero, ¿no conoce el señor Wesley muchos queridos hijos de Dios, que acogen la predestinación, y sin embargo son mansos, piadosos, corteses, de tierno corazón, agradables y de gran espíritu, y que anhelan ver al más vil pecador convertido? ¿Y por qué? Porque reconocen que Dios los salvó a ellos por un acto de su amor selectivo, y no saben más sino que Él puede haber elegido esos que ahora parecen ser los más abandonados. Pero, querido señor, no debemos juzgar la verdad de los principios en general, ni en particular de la elección, enteramente por el testimonio de algunos de los que la profesan. Si fuera así, estoy seguro que mucho podría decirse en tu contra. Porque yo apelo a tu propio corazón, sea que sí o no has sentido en ti mismo, u observado en otros, estrechez de espíritu y desunión en el alma por aquellos que profesan la redención universal. Si es así, entonces de acuerdo con tu propia regla, la redención universal es errónea, porque destruye varias ramas de santidad, tales como mansedumbre, amor, etc. Pero para no insistir en esto, ruego que observes que la inferencia que has hecho es enteramente rechazada por la fuerza del argumento del Apóstol, y el lenguaje que utiliza expresamente en Colosenses 3:12-13: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.” Aquí vemos que el Apóstol los exhorta a la entrañable misericordia, benignidad, humildad de mente, etc., sobre esta consideración, precisamente porque ellos son elegidos de Dios. Y todos los que han experimentado esta doctrina en sus corazones sienten que estas gracias son los efectos genuinos de haber sido elegidos de Dios.
Pero, quizás el querido señor Wesley puede errar en este punto, y llamar pasión a lo que solamente es celo por las verdades de Dios. Sabes, querido señor, que el Apóstol nos exhorta a “contender ardientemente por la fe que una vez fue dada a los santos” (Judas 1:3). Así que no debes condenar a todos los que parecen celosos por la doctrina de la elección como si fueran estrechos de espíritu, o perseguidores, solo porque piensan que su deber es oponerse a ti. Estoy seguro de que te amo entrañablemente en Cristo Jesús, y pienso que podría dar mi vida por ti, pero aun así, querido señor, no puedo dejar de oponerme a tus errores sobre este importante tema, porque creo que con efusión, aunque no maliciosamente, te opones a la verdad que es en Jesús. ¡Quiera el Señor remover las escamas de prejuicio de tus ojos y de tu mente, para darte un celo de acuerdo con el conocimiento cristiano!
3. ¿Destruye el consuelo y la alegría?
En tercer lugar, tu sermón dice, “Esta doctrina tiende a destruir el consuelo de la religión, la felicidad del cristianismo, etc.”
Experiencias reales
Pero, ¿cómo sabe esto el señor Wesley, quien nunca creyó en la elección? Yo creo que quienes hayan experimentado esta doctrina estarán de acuerdo con nuestro décimo séptimo artículo:
“la piadosa consideración de la predestinación, y la elección en Cristo, está llena de dulce, agradable e inexpresable consuelo para las personas piadosas, tales como sentir en sí mismos la acción del Espíritu de Cristo, mortificando las obras de la carne, y sus miembros terrenales, y llevando sus mentes a las cosas altas y celestiales, así como porque establece grandemente y les confirma en su fe en la salvación eterna, a ser disfrutada por medio de Cristo, así como porque fervientemente enciende su amor a Dios, etc.”
Esto muestra plenamente que nuestros piadosos reformadores no pensaban en que la doctrina de la elección destruía la santidad o el consuelo de la religión. Por mi parte, esta doctrina es mi diario soporte. Sucumbiría bajo la amenaza de mis intentos fluctuantes, si no estuviera firmemente persuadido de que Dios me ha escogido en Cristo desde antes de la fundación del mundo, y que ahora habiéndome llamado eficazmente, no permitirá que nada me arrebate de su todopoderosa mano.
Consuelo
Seguiste así: “Esto es evidente a todos los que creen ser reprobados, o que lo sospechan o lo temen; todas las grandes y preciosas promesas están perdidas para ellos; no les dan ni una luz de consuelo.”
En respuesta a esto, déjame observar que ninguna persona, especialmente ninguno que tenga deseos de salvación, puede saber que él no está entre el número de los elegidos de Dios. Nadie, sino los inconversos, podrían tener una razón justa para temer esto. Y, ¿daría el querido señor Wesley consuelo, o intentaría aplicar las preciosas promesas del evangelio, siendo el pan de los hijos, a hombres en su estado natural, mientras ellos continúan así? ¡Dios no lo permita! ¿Qué sí la doctrina de la elección y la reprobación en verdad produce cierta duda? Lo mismo ocurre con la regeneración. Pero, ¿no es esta duda un medio benigno para hacer que busquen y se esfuercen? Y ese esfuerzo, ¿no es un buen medio para confirmarlos en su llamado y hacer segura su elección? Esta es una razón entre muchas otras por las cuales admiro la doctrina de la elección, y estoy convencido de que debe tener un lugar en el ministerio del evangelio y debe insistirse con fidelidad y cuidado en ella. Tiene una tendencia natural a levantar al alma fuera de su estado de seguridad carnal. Y por tanto muchos hombres carnales protestan en contra de ella. Mientras que la redención universal es una noción tristemente adaptada para que el alma se mantenga en su condición de letargo somnoliento, y por esto tantos hombres naturales la admiran y la aplauden.
Oscuridad y dudas
Tus párrafos décimo tercero, décimo cuarto y décimo quinto entran ahora en consideración. “El testimonio del Espíritu (dices), es decir la experiencia, se ve obstruida por esta doctrina”. Pero, querido señor, ¿la experiencia de quiénes? No la tuya; porque en tu viaje, desde tu embarque para Georgia, hasta el regreso a Londres, pareces admitir que no la tuviste, de manera que no eres competente para juzgar en este asunto. Debes referirte entonces a la experiencia de otros. Porque dices en el mismo párrafo, “Aún en aquellos que han saboreado ese don, quienes habiéndolo perdido [supongo que te refieres a que sienten haberlo perdido] y han caído de nuevo en dudas, temores y oscuridad, incluso en tinieblas horribles que pueden sentirse, etc.”
Ahora, con respecto a la oscuridad de la desilusión, ¿no fue este el caso del mismo Jesucristo, después de haber recibido una unción inconmensurable del Espíritu Santo? ¿No fue su alma abrumada con una horrible oscuridad, tanto que se podía sentir cuando clamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46)? Y que todos sus seguidores están expuestos a lo mismo, ¿no es esto evidente en las Escrituras? “Porque”, dice el apóstol, “Él fue tentado en todas las cosas como nosotros, para que Él mismo pueda socorrer a los que son tentados” (Heb. 2:18). Y, ¿no es esto de ser expuestos consecuente con el ser conformados a Él en sufrimiento, lo cual sus miembros deben soportar?
Entonces, ¿cómo puede ser un argumento contra la doctrina de la elección el hecho de que las personas pueden caer en oscuridad, luego de haber recibido el testimonio del Espíritu? “Sin embargo”, dices, “muchos, muchísimos de los que no creen en la elección, en todas partes de la tierra, han disfrutado del testimonio no interrumpido del Espíritu, la luz continua del rostro de Dios, desde el momento en que por primera vez creyeron, por meses y años, hasta este mismo día”. Pero, ¿cómo sabes esto querido Sr. Wesley? ¿Has consultado la experiencia de muchos, muchísimos, en todas partes de la tierra? O, ¿podrías estar seguro de lo que ha dicho sin base suficiente, en cuanto a que el que sean mantenidos en la luz es debido a que no creen en la doctrina de la elección? No, esta doctrina, de acuerdo con los sentimientos de nuestra iglesia “confirma grandemente y establece una verdadera fe cristiana de eterna salvación por medio de Cristo”, y es un ancla de esperanza, de seguridad y constancia, al que camina en oscuridad y no ve luz, como de hecho ocurre; aún después de haber recibido el testimonio del Espíritu, aunque tú u otros indiscretamente aseguren lo contrario. Entonces, tener respeto por el pacto eterno de Dios, y arrojarse al distintivo y libre amor del Dios que no cambia, hará que se levanten las manos caídas y que se fortalezcan las rodillas débiles. Pero sin la creencia en la doctrina de la elección, y de la inmutabilidad del amor gratuito de Dios, no veo cómo es posible que alguien tenga una seguridad consoladora sobre la salvación eterna.
Así, qué significaría para un hombre cuya conciencia es verdaderamente despertada, y al cual se le advierte que debe buscar huir de la ira venidera, aunque se le asegure que todos sus pecados pasados están perdonados, y que ahora es un hijo de Dios; si no se cree en la elección, ¿cómo asegurarle que no se volverá luego hijo del diablo, y que será arrojado al infierno? ¿Podría tal seguridad dar alguna sólida y durable confianza a una persona convencida de la corrupción de su corazón y de la malicia y poder de Satanás? ¡No! Aquella fe que verdaderamente merece el nombre de certeza completa de fe es aquella que anima al creyente, bajo el sentir de su interés en un amor distintivo, para retar a todos sus adversarios, sean hombres o diablos, y que con respecto a sus futuros, como presentes intentos de destruir; dicen con el Apóstol:
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, mas aún, el que también resucitó, el que está sentado a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o peligro o espada? Como está escrito, Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó. Por tanto, estoy persuadido, que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna cosa creada, nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Ro. 8:33-39)
Este, querido señor, es el lenguaje de cada alma que ha alcanzado plena certidumbre de fe. Y esta certidumbre solo puede surgir de una creencia en el amor electivo y eterno de Dios. El que muchos tengan una seguridad de estar en Cristo en el presente, pero que no piensan o no están seguros de poseerla mañana, ni por la eternidad, es más bien su imperfección e infelicidad que su privilegio. Yo ruego a Dios que les traiga el sentido de su amor eterno, para que dejen de construir sobre la base de su propia fidelidad, y que lo hagan con base en que los dones y el llamado inmutable de Dios son sin marcha atrás. Porque aquellos que una vez fueron justificados, serán también glorificados. (Ro. 8:30)
Mencioné antes, querido señor, que no es regla segura juzgar la verdad de los principios por la experiencia de la gente. Por tanto, suponiendo que todos los que asumen la redención universal, de la forma que la explicas, después de recibir la fe, disfrutan de una visión continua e ininterrumpida del rostro de Dios, no se concluye de eso que sea fruto de su principio. Porque más bien estoy seguro de que esto tiende a mantenerlos en oscuridad para siempre, porque la criatura es enseñada de este modo que su ser se mantiene en estado de salvación debido a su propio libre albedrío. Y qué arenoso fundamento es ese para una pobre criatura que construye sus esperanzas sobre la perseverancia (Mateo 7:26-27). Cada caída en pecado, cada tentación sorpresiva, debe arrojarle “en dudas y temores, en horrible oscuridad, oscuridad que incluso se puede sentir.”
De ahí que las cartas que recibo de aquellos que creen en la redención universal sean tan faltas de vida, secas e inconsistentes, en comparación con las de aquellos del lado contrario. Aquellos que se adhieren al esquema universal, aunque comienzan por el Espíritu (aunque digan lo contrario), terminan en la carne, construyendo una justicia fundada en su propio libre albedrío; mientras que los otros triunfan en la esperanza de la gloria de Dios, y construyen sobre las promesas de Dios que nunca fallan, de amor inmutable, incluso cuando Su presencia sensible es quitada de ellos.
Pero no voy a juzgar la verdad de la elección por la experiencia de ninguna persona en particular: si lo hiciera (tenga paciencia conmigo en esta tonta jactancia), creo que yo mismo me gloriaría en la elección. Porque por estos cinco o seis años he recibido el testimonio del Espíritu de Dios; desde ese entonces, bendito sea Dios, no he dudado ni un cuarto de hora de tener mi interés en Cristo Jesús; pero con dolor y humilde vergüenza reconozco, he caído en pecado con frecuencia desde entonces. Aunque no me atrevo a permitir alguna transgresión, sin embargo, no he sido capaz (ni lo espero mientras estoy en el presente mundo donde debo estar), de vivir un solo día perfectamente libre de defectos y pecados. Y dado que las Escrituras declaran que “no hay justo ni aún uno en la tierra” no, ni siquiera entre los más maduros en la gracia, “que haga el bien y nunca peque” (Ecl. 7:20), estamos seguros de que este será el caso de todos los hijos de Dios.
La experiencia universal y el reconocimiento de esto entre los piadosos en cada época es abundante y suficiente para refutar el error de aquellos que sostienen en sentido absoluto que después de que un hombre nace de nuevo no puede cometer pecado. Especialmente, dado que el Espíritu Santo condena a las personas que dicen que no han pecado, engañándose a sí mismas, y estando desprovistas de la verdad, haciendo a Dios mentiroso (1 J. 1:8,10). También he estado en toda suerte de tentaciones, y anticipo estarlo con frecuencia hasta que muera. Así como lo estuvieron los apóstoles y los cristianos primitivos. Así como con Lutero (1546), aquel hombre de Dios, quien, hasta donde yo sé, no se aferraba terminantemente a la elección; y el gran John Arndt (1621) quien estuvo en gran perplejidad, incluso poco antes de su muerte, y aun así no creía en la predestinación. Y si debo hablar libremente, yo creo que tu lucha tan fuerte en contra de la doctrina de la elección, abogando tan vehementemente por una perfección sin pecado, están entre las razones o causas por las que te mantienes fuera de las libertades del evangelio y de aquella certeza plena de fe las cuales disfrutan quienes han experimentalmente probado, y diariamente se alimentan de la elección de Dios, amor eterno.
Pero quizás puedas decir que Lutero y Arndt no eran cristianos, o al menos que eran muy débiles. Yo sé que tú piensas mezquinamente de Abraham, aunque él fue llamado eminentemente el amigo de Dios; y, creo, también piensas mal de David, el hombre con un corazón conforme a Dios. No es sorpresa, entonces, que en una carta que me enviaste no hace mucho, me dijiste que “ningún escritor Bautista o Presbiteriano que has leído, sabía algo sobre las libertades de Cristo.” ¡¿Qué?! ¿Ni Bunyan (1688), Henry (1714), Flavel (1691), Halyburton (1712), ni ninguno de los doctores Ingleses o Escoceses? Mira, querido señor, qué estrecheces y falta de caridad surgen de tus principios, de manera que no sigas protestando más en contra de la elección sobre el supuesto de que es “destructora de la mansedumbre y amor.”
- ♦ -