Conocí una vez un niñito como ustedes que se llamaba Sergio. Sergio tenía el pelo negro, la piel morena, los ojos cafés, y una boca que no hacía sino hablar y hablar. Sus amigos le decían el "Bla, bla, bla". Ahora, los papás de Sergio eran algo extraños. A ellos no les importaba lo que él hacía. Lo dejaban que hiciera lo que se le diera la gana. ¡Y mejor dicho! Qué cosas tan locas las que hacía...
Por ejemplo, les cuento que un día le dio por traer a la casa cinco perros que había encontrado en la calle. ¿Se imaginan? Otro día quería ver qué pasaba si en vez de bañarse con jabón y lavarse el pelo con champú se bañaba con mantequilla y se lavaba el pelo con aceite y limón; y claro, quedó vuelto una nada.
Sergio hacía todo lo que quería. Si quería dormir, dormía y si no, no; si quería almorzar parado de cabeza lo hacía; si no quería ir a la escuela, no iba. Un poquito consentido el chiquito, ¿no les parece?
Hay otro que también hace todo lo que quiere, pero Él, no lo hace porque sea consentido sino porque es Dios. El Dios único, es el único que de veras puede hacer todo lo que quiere. ¿Qué pasa si Sergio quiere echarse un caballo al hombro? No puede porque le falta fuerza. ¿Qué pasa si quiere saltar hasta la luna o hacer desaparecer una montaña? No puede porque no es capaz.
Pero Dios no es así, sino que es capaz de todo, tiene fuerza para todo, y por eso no hay nada que no pueda hacer. Además, todo lo que Dios hace tiene sentido; él no hace cosas absurdas como las que hacia Sergio, sino cosas que sirven en verdad. Y una cosa más, no hay nadie más fuerte que Dios, lo cual quiere decir que Él no tiene que obedecerle a nadie. Nosotros en cambio, sí lo tenemos que obedecer a Él, pues es gobernador de toda la gente, de los planetas, de los animales, de los mares, de las montañas, de TODO. Es el Rey del universo, grande y único.
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