Les conté que Dios es perfecto en todo, ¿cierto? Una de esas cosas en las que es perfecto es en su santidad, ¿y qué será eso de santidad? Vamos a ver si lo explico con otro cuento.
Si al agua no se le tira basura ni barro ni nada, es tan claritica que se parece a un vidrio. En una laguna de agua así, vivía desde hacía muchísimos años un cocodrilo grande y verde. El agua de su laguna era tan transparente que hasta se podían contar las piedras que había en el fondo. Era agua completamente pura y limpia y al cocodrilo así le gustaba. Tenía que vivir en agua limpia; si alguna vez algún muchachito llegaba a tirarle una cáscara de naranja o un granito de arena se ponía furioso y nunca más dejaba que ese niñito atrevido viniera a jugar en su laguna. El cocodrilo mantenía la laguna absolutamente limpia y nunca hacía nada pero nada para ensuciarla.
Dios se parece a la laguna del cocodrilo. Él es totalmente puro. En él no hay suciedad de ninguna clase. ¿Saben qué es la suciedad para Dios? No es barro ni polvo, más bien es algo que llamamos pecado. Dios nos ha dicho que hay algunas cosas que no quiere que hagamos; si las hacemos, eso es pecado. Hay otras cosas que Dios sí quiere que hagamos. Cuando no las hacemos, eso también es pecado. Es como echarle cascara de naranja o manotadas de barro a Dios. Él es puro y limpio, igual que el agua de la laguna, y no aguanta nuestra maldad.
Esa limpieza que él tiene se llama santidad. La santidad de Dios quiere decir que Él está lejos de todas las cosas malas o sucias. No las puede ni ver; es más, se pone muy bravo con los que pecan y los castiga.
Aquí tenemos un problema, señores; si Dios es así, por lo visto ninguno de nosotros puede ser su amigo, y el que no es amigo de Dios no puede ir a vivir a su casa, o sea al cielo. La casa de Dios es tan limpia como Él. Nosotros todos hacemos tantas cosas malas que es como si estuviéramos embarrados de pies a cabeza. En esta condición Dios no quiere vernos, y menos dejarnos entrar a su cielo limpiecito y santo. Con todo nuestro pecado llenaríamos de mugre y manchas esa casa. Entonces, ¿cómo podemos hacer para entrar?
La verdad chicos, es que no podemos hacer nada. Pero, aunque nosotros no podemos, hay otro que sí puede. Él nos baña y nos lava para que podamos estar con Dios. Su nombre es Jesús. Él puede lavarnos porque es igual a Dios. Es el Hijo de Dios que vino del cielo para vivir y morir aquí en la tierra, pero nunca, nunca pecó. Nunca se manchó con cosas malas. Por eso ahora tiene las manos limpias para poder lavarnos a nosotros. Si queremos que Dios nos deje entrar en la perfecta santidad de su casa, tenemos que pedirle primero a Jesús que nos limpie del pecado que nos ensucia.
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