¿Saben cuántos años tenía Jaime Andrés? Cinco. Su hermano Alex, tenía cuatro. Ellos se parecían a ustedes (me imagino) porque les gustaba muchísimo los dulces y los postres. A veces en la mesa no comían nada. ¡Eran tan vivos! Comían poquito arroz, poquita carne y casi nada de ensalada. La mamá, claro, estaba segura de que se iban a morir de hambre. Pero ella no sabía lo que ellos hacían después de retirarse de la mesa.
¡Yo, si, sé! ¿Quieren que les cuente? Bueno, Alex y Jaime Andrés se iban corriendo para la tienda de la esquina a comprar dulces, galletas, y helados de vainilla. ¿Cómo les parece? Comían bien poquito en la casa para poder comer como locos en la tienda después. ¡Ay, ay, ay! ¿Qué tal que si se llegara a enterar la mamá? ¡Uf! Mejor no pensemos en eso; sigamos con el cuento.
Resulta que una de esas tardes, a eso de las dos, llegaron los chicos a la tienda, y ¡qué sorpresa la que se encontraron! El dueño de la tienda le tenía a cada uno un regalo. ¿Era acaso su cumpleaños? No. ¿Había alguna fiesta ese día? No. Entonces ¿por qué un regalo?
Solamente porque al tendero se le dio la buena gana de regálarles algo: quería mucho a esos dos chicos. No los quería porque fueran juiciosos — a veces eran muy necios. (Un día por estar inquietos hasta le rompieron el vidrio del mostrador). No los quería porque tuvieran mucha plata, tampoco era porque ellos le ayudaran mucho — ellos se la pasaban jugando. Entonces, ¿por qué los quería?
¡No había razón! Los quería porque sí. Sólo eso — porque sí. Sin importar lo que fueran o lo que hicieran, seguía amándolos. Y ese día les mostró que los amaba con un regalo: a cada uno le regaló... ¿qué sería? ¡Una caja de chocolates! ¡Y qué caja tan enorme! ¡Qué delicia! Y lo mejor de todo era que si esos chocolates no hubieran sido un regalo, Alex y Jaime Andrés nunca habrían podido probarlos, pues no tenían mucha plata, y una caja así valía montones.
El de la tienda les mostró amor a los dos chicos. Esa es otra cosa que tenemos que saber de Dios. Él es amor. Es amor perfecto. Nosotros somos malos. Dios no tiene por qué amarnos; sin embargo, nos ama. ¿Por qué? Solo porque él quiere. El amor de Dios es como él — nunca termina. A los que ama, ama hoy y mañana, en junio y en diciembre, y todos, todos los años. Nadie lo obliga a que nos ame. Lo hace sólo porque él quiere. Dios es amor. Pero eso sí, tengamos por cierto que a quienes Dios ama, los cambia para que dejen de ser malos y lleguen a ser buenos.
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