Claro, hablar de “toda la verdad” implica que conozcamos toda la Biblia. No es una tarea ni breve ni fácil. Pero esto, sí, es una tarea deleitosa, pues el estudio de la Palabra de Dios es el privilegio renovador de escuchar la voz de Dios. (Foto: Nathaniel/Flickr)
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¡Qué bueno! ¡Toda la verdad! No se trata solo de “sola escritura”, sino también de “toda la escritura”. Esta es otra de las joyas que heredamos de la Reforma del siglo 16. Que no se nos pierda. Si de pronto no sabemos dónde la hayamos guardado, que la busquemos. Una herramienta no usada de pronto se refunde. Sin ella, no tenemos cómo prevenir ni cómo arreglar lo que debamos reparar.
Claro, hablar de “toda la verdad” implica que conozcamos toda la Biblia. No es una tarea ni breve ni fácil. Pero esto, sí, es una tarea deleitosa, pues el estudio de la Palabra de Dios es el privilegio renovador de escuchar la voz de Dios, voz de gracia, de justicia, de poder, la voz de Dios en todo lo que Él quiere enseñarnos. No, no es necesario estudiar toda la Biblia para captar la esencia de la verdad bíblica, pero para entender esta esencia en la riqueza innata de la misma, sí, tenemos que estudiar toda la Biblia.
¡Cuántas de las peleas y controversias amargas entre cristianos se deben a no tomar en cuenta toda la revelación bíblica!
A veces, sin embargo, la idea de tener la Biblia, toda la Biblia, como autoridad única y absoluta lleva a conclusiones equivocadas, si en efecto no nos valemos de toda la Biblia para interpretar toda la Biblia, si mantenemos la cuestión sólo como una teoría, sin progresar a un mayor dominio de la Biblia en verdad. Es una tarea de mucho cuidado y mucha perseverancia, y además, una que exige mucha humildad. Las interpretaciones equivocadas son una de las principales razones de tantas divisiones entre los cristianos (aun entre los reformados).
Por esto conmemoramos los 500 años de la Reforma, de la fe reformada, pues los reformadores y sus sucesores inmediatos eran en gran medida gigantes en cuanto a la exégesis. Dejando a un lado la interpretación alegórica que durante tantos siglos había hecho estragos al verdadero sentido de las Escrituras y a la piedad, los reformadores se acercaban a la Biblia según las reglas de interpretación que la Biblia misma ofrecía como literatura e historia, las mismas explicadas por Dios mismo, siendo la Biblia por definición propia, la palabra de Dios.
El aniversario número 500 de la Reforma nos obliga a refrescar la memoria en cuanto al carácter, contenido, intención, y estructura de cada uno de los 66 libros. Que no sea sólo un repaso superficial sobre los mismos, sino una profundización mediante horas y horas de intensa atención al texto bíblico; muchas lecturas de cada libro, lecturas con las cuales tengamos presente el sistema de verdad que como un todo la Biblia misma ofrece. Queremos examinar criterios quizás correctos, pero quizás superficiales, o quizás equivocados (por ser distorsionados o incompletos) sobre lo que el Espíritu nos dice con respecto a la verdad, mediante cada aparte de Su obra maestra, en relación con todos los demás apartes.
¡Al texto, pues! Sí, a leer Biblia como jamás antes la hayamos leído, con abundancia y con concentración, con humildad y sumisión, con gratitud y arrepentimiento. Es la voz de Dios. Es posible que este ejercicio, aumentado aun más de lo que hemos hecho en el pasado, vuelva nuestra predicación más rica, más precisa más exuberante, más vigorosa, más espontánea, más fructífera, y a lo largo, más fácil. Pues, tendremos presente la relación de cada texto con todo el contexto. Quizás evitemos exageraciones y deformaciones en nuestro uso de textos y doctrinas.
El propósito de tener toda la verdad es el de tener una mayor integridad en nuestra cosmovisión, un mayor deleite de confianza, y un mejor carácter cristiano.
Ahora, ¿no debemos hacer uso de comentarios sobre la Biblia? Por supuesto que sí, pero que no lo hagamos sino en constante comparación con el texto bíblico mismo. De hecho, debemos leer los comentarios, pues uno solo fácilmente no acierta. Somos miembros de una comunidad, la iglesia de Cristo de muchos siglos, y no es sabio despreciar lo que el Espíritu Santo de Dios ha enseñado a los maestros que Él mismo puso en su iglesia, no sólo los de ahora, sino también a aquellos de tiempos pasados. La Reforma del siglo 16 vio un número considerable de estas luces, y a la vez, marcó el paso para otro gran número de maestros, los cuales fieles a los principios bíblicos que los reformadores habían redescubierto, llevaron adelante la exposición bíblica con una erudición y una piedad admirables. El principio de “Sola Escritura” obligó a los que lo siguieron a identificar y asimilar como nunca el mensaje de gracia dada a la iglesia una vez para siempre en la fe apostólica, la Biblia.