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El Salmo 53 y el plebiscito por la paz (Sep, 2016)

Boletin agosto 2016 Santiago Castro/Flickr 

Lo que sigue es una reflexión sobre el o el no que se dará el 2 de octubre*, y tiene como trasfondo el Salmo 53 (por favor, lea este salmo antes de seguir).

Si bien éste no es un tratado completo sobre el tema, sí toca el fondo de todos los asuntos nacionales y personales del momento.

Un cambio en las instituciones del país no va a solucionar el conflicto social. Ni lo hará tampoco el seguir con las que tenemos, tal como son. Es que como dice el Salmo 53:1: El necio ha dicho en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, han cometido injusticias abominables; No hay quien haga el bien. Pablo las cita parcialmente en Romanos 3:12: Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. El problema social se debe al problema universal de todo ser humano, es decir, el egoísmo, el pensar en sí mismo como lo primordial, el hacer lo que cada uno quiera hacer, o hacer lo que hace, pero hacerlo para básicamente favorecerse. El problema es el pecado, el de no amar al prójimo como a uno mismo. El pecado tiene como fundamento la frase de lo citado en el salmo 53: El necio ha dicho en su corazón, “No hay Dios”. Es decir, No hay temor de Dios delante de sus ojos, Romanos 3:18, citando el Salmo 36:1.

Claro, hay unos sistemas políticos y económicos mejores que otros. Es importante como ciudadanos hacer todo lo legalmente posible para tener los buenos sistemas. Pero, si llegamos a sufrir bajo sistemas políticos y económicos opresivos y erróneos, no debemos sorprendernos. Una nación, una iglesia o una sociedad que tercamente resista la autoridad legítima, bondadosa y sabia de Dios, Dios la juzga y la castiga. ¿No estamos sintiendo ya esta justicia? Dios, en lugar de hacer prosperar a quien le ignore o le desobedezca, es su adversario.

En la coyuntura nacional actual, es importantísimo recordar nuestro calvinismo – o agustinianismo, si quiere. O mejor dicho, es importantísimo recordar nuestra Biblia. La Biblia enseña la depravación total. La Biblia enseña cómo es todo ser humano desde la caída de Adán para acá (con la excepción de Jesucristo, el Verbo hecho hombre). ¿Qué esperanzas hay, pues? Pues, principalmente el evangelio por el cual se quita la enemistad entre el ser humano y su Creador. Y, en segundo lugar, todo el consejo de Dios por el cual oramos a Dios su voluntad y su protección, y de esa manera, recibiendo la respuesta de Dios, Él, en su gracia común, ordena a la sociedad en general hacia caminos de justicia y paz.

El problema nacional y personal siempre tiene su origen de alguna manera en el pecado. El pecado permea y controla todo lo que hace el hombre sin Cristo. No confiemos en el hombre, ni en el hombre democrático ni en el dictador, no en el comunista ni en el capitalista. Por supuesto, hay ventajas de unos sistemas sobre otros, pero, si Dios sigue en contra de uno, aun sus bondades generales a favor de todos, a la larga, sólo sirven para aumentar la culpa humana y el castigo divino. Morder la mano que nos alimenta no es buena política.

Es de “Sion” que sale la salvación de Dios (Salmo 53:7). Se refiere al pueblo de Dios que antes de Jesucristo tenía su centro en Jerusalén, la ciudad de Sion. Ahora, el pueblo de Dios tiene su centro en la iglesia de Cristo, esparcida por todo el mundo. Somos llamados a predicar el evangelio y a demostrar sus frutos mediante el ejemplo de la iglesia como sociedad nueva, la bendita de Dios, y por lo tanto, la respuesta a todos los vaivenes vanos de las naciones del mundo. ¡Qué desastre la situación mundial en el momento! Pero, esto no es sólo de ahora. Es la continuación de lo que ha sido la historia del mundo desde Adán para acá. Nos escandalizamos de los planteamientos inmorales públicos e institucionales del momento, y lo hacemos con razón. Buscamos reaccionar en lo posible contra los cambios negativos. Pero, tengamos en cuenta que debemos a la vez regocijarnos en el tremendo castigo que Dios pone sobre las naciones rebeldes. ¿No debemos contentarnos al ver a Dios vindicado? ¿No debe predominar nuestro anhelo de ver su gloria? A la vez, sentimos como carga opresiva el sufrimiento que las naciones atraen sombre sí mismas, y sentimos compasión y actuamos con energía para aliviar en lo posible las terribles consecuencias del pecado por todos lados. Hacemos estos esfuerzos, pero sin cometer el error de pensar que aliviar las secuelas del mal que trae el pecado, ya con eso hemos curado el mal. Principalmente nos dedicamos a declarar la realidad de Dios, a señalar el pecado contra Él, y a anunciar el amor de Dios que le mueve a manifestar su gracia en la persona y obra de Cristo Jesús en la cruz. Atacando el problema en sus raíces, desaparecerán los síntomas dolorosos.

Tengamos presente que no es sólo el ateísmo que refutamos, sino también la religiosidad falsa de muchos, muchísimos, que creen en “Dios”, pero Dios a la manera de ellos. Al fin y al cabo, nuestro empeño como cristianos no es sólo mover la gente a buenas modales, buenas moralidades, o espiritualidades sensacionales, a sólo amar al prójimo, sino, en primera instancia, nuestro empeño es el mover a la gente a amar a Dios, a Dios como es en la plenitud de su grandeza, su gracia, y su gloria. Es por el evangelio, es por medio de Jesucristo, que Dios es conocido y amado auténticamente.

Lea diez veces el salmo 53 – hoy mismo.

*octubre 2 de 2016, “plebiscito por la paz en Colombia”


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