“Y edificó allí David un altar a Jehová, en el que ofreció holocaustos y ofrendas de paz, e invocó a Jehová, quien le respondió por fuego desde los cielos en el altar del holocausto. Entonces Jehová habló al ángel, y éste volvió su espada a la vaina.” 1 Crónicas 21:26-27
La historia del censo de Israel es una en donde se mira con claridad la soberanía de Dios (2 Sm. 24) y la responsabilidad de las criaturas (1 Cr. 21). Pero de este pecado cometido por David, quisiera resaltar que no bastó que el rey reconociera su culpa, que se arrepintiera; fue absolutamente necesario que animales puros y sin defecto, figuras de Cristo, fueran sacrificados para calmar la ira justa de Dios y de esta manera cesar la mortandad.
Así, no basta con solo reconocer nuestro pecado. Si en nuestro arrepentimiento no colocamos totalmente nuestra confianza de reconciliación en el único sacrificio que nos libra de la ira justa de Dios, en Jesús, el Cordero perfecto quien con los pecados de su pueblo fue sacrificado en una cruz, para que ellos fuesen libres de la ira eterna de Dios, el pecado no es perdonado y la ira permanece.
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